sábado, 13 de septiembre de 2014

Los sueños y las heces - Jose Luis Alvite

Los sueños y las heces - Jose Luis Alvite
En algunas congregaciones religiosas, la pobreza supone una conquista moral y sus militantes la consideran tan natural que ni siquiera presumen de haberla conseguido. Para muchos españoles que no contaban con ella, la pobreza se ha convertido en una circunstancia odiosa a la que es difícil verle la salida en un momento histórico en el que incluso escasea la carroña en los descampados y, a falta de otro sustento, los buitres se comen en los nidos a sus crías. Proliferan los mendigos en las calles, en muchos hogares nunca hay una tartera al fuego y en los comedores de la beneficencia incluso por la noche hacen cola las ratas porque en las basuras abundan las facturas y ha empezado a escasear la mierda. Hay trabajos tan mal pagados, maldita sea, que con razón muchos mendigos temen que les salga un empleo. Algunos antiguos amigos míos se pasan el día en chándal, dando paseos de un lado para otro, cambiando de acera aunque solo sea para dar la sensación de estar ocupados en algo por lo que merezca la pena sudar. No hay una sola calle en la que no estén a la venta media docena de pisos, ni un solo lugar de la ciudad en el que no haya echado el cierre un negocio porque a su propietario solo le merecía la pena encender la luz para saber donde apagarla. Mucha gente almuerza cada día la casquería que antes incluso dudaban si dársela de comida a sus perros. Sé de un tipo que duerme de espaldas a su mujer para que ella no le escuche llorar. También sé que ella no ignora lo que ocurre, pero disimula porque no quiere que a él, además del fracaso, lo hunda en la miseria la destrucción de su orgullo. Tienen suerte los creyentes si son capaces de aliviarse de la pobreza volviendo sus ojos hacia Dios, confiados en que la Providencia les dará la mano o resignados a la idea de que la miseria sirve para poner a prueba la fortaleza moral del hombre. Yo no sería capaz de semejante presencia de ánimo y, seguramente en vez de recurrir a Dios, robaría un rifle en la armería de la esquina para atracar al día siguiente uno de esos bancos en los que un público desencantado y culposo hace cola casi con los brazos en alto. Conviene no perder la calma, es cierto, pero en según qué circunstancias, un hombre se da perfecta cuenta de que el gatillo garantiza mejores resultados que la oración. ¿Qué te espera la prisión? Bien, ¿importa mucho perder la libertad si es a cambio de tres comidas al día en un momento en el que en los cementerios incluso bostezan de hambre los muertos? A los reos de la miseria les da igual de quién sea la culpa de lo que ocurre. Es difícil razonar con hambre y tener criterio con la nevera vacía, a sabiendas de que en algunas autopsias el forense solo encuentra el grisú fénico de los barbitúricos y la horma del ayuno del ayuno. Realmente es muy triste que de ser un país que soñaba sin haber dormido, estemos a punto de convertirnos en un pueblo que vomita sin haber comido. Algo convulso tendrá que ocurrir tan pronto demasiada gente de la nuestra se dé cuenta de que después de haberse visto privada de sus sueños, se ha quedado también sin sus heces. De momento nos salvan el orgullo y la apariencia de ser un pueblo con un elevado sentido de la esperanza, un país con modales en el que la gete aún se sienta a la mesa y despliega la servilleta para la estoica liturgia de pasar hambre tres veces al día.