martes, 29 de julio de 2014

Palomitas de maíz - Jose Luis Alvite

Palomitas de maíz - Jose Luis Alvite
Puede que mi reciente acercamiento pacífico a los adolescentes se deba a que ya estoy de vuelta de las esperanzas y comprendo que todo es un cúmulo de fatalidades, entre ellas, la dorada fatalidad de la juventud. Ya ni siquiera comparo a los adolescentes de ahora con los de mi generación, ni pretendo que aquellos tuviesen una conciencia social más desarrollada que estos. Son tiempos distintos, incuso cuerpos diferentes. Lo que nosotros hicimos con la conciencia, los adolescentes de ahora a menudo lo hacen con la fisiología, entre otras razones, porque cuando yo era un muchacho solo te estaba permitido excitarte con la gabardina puesta frente al escaparate de la tienda de lencería. En todas las épocas la adolescencia ha sido un estado idealista e impulsivo, y aunque una minoría ilustrada suele encabezar en cada etapa histórica las inquietudes más profundas de su generación, la gran mayoría de los adolescentes de los tiempos modernos se han dedicado tradicionalmente a darse empujones, abrir las cervezas con los dientes y masturbarse en los cines. Hay ligeros matices diferenciales que distinguen a una generación de otra. Uno de ellos es que en sus relaciones sexuales los adolescentes de ahora son capaces de jadear con la cabeza en blanco y teniendo en la boca un puñado de palomitas de maíz. Es cierto que el promedio de instrucción cultural de los jóvenes de mi generación parecía a simple vista superior al de los muchachos de ahora, pero también eso es relativo y tiene una importancia discutible. La educación instrumental con sofisticados recursos tecnológicos ha relegado a la condición de antigualla pedagógica a la educación con memoria. Puede que alguien considere eso muy preocupante y tal vez lo sea. A mi personalmente no me dice mucho en contra de un joven que desconozca la especie del árbol en cuya corteza escarba a navaja un corazón con el nombre de su chica. Dispone de medios abrumadores para averiguarlo pulsando tres o cuatro teclas. Por eso creo que hay una indigencia que no es tan grave como pensamos. Nuestros adolescentes prosperarán como prosperaron sus padres e incuso serán más altos y más guapos. A fin de cuentas, los huevos anidan en los árboles sin tener conocimientos de botánica y los caballos trotan salvajes por los montes sin haber aprendido equitación, igual que vuelan los pájaros sin tener azafatas y piloto. Un mismo valor cultural tiene diferente relevancia según en que época se contemple. Cuando yo era niño, había en Cambados un tipo que vendía por las puertas su carga de marisco, incluidos soberbios camarones largos como dedos y elásticos como tendones. Solía retirarse extenuado de caminar y sin vender buena parte de una mercancía que ofrecía casi regalada. En muchas casas los gatos comían aquel marisco rutinario y excedente porque era algo muy abundante que no daba demasiado prestigio. Entonces se habría considerado ideal que los cerdos comiesen marisco y convirtiesen lentamente en jamón los camarones. ¿Eran idiotas aquellos hombres?¿Lo son los de ahora, que pagan por los camarones tanto como por las alhajas? Aquellos adolescentes de mis veraneos en Cambados se sabían las Guerras Púnicas, el Renacimiento y el “Efecto Venturi”, es cierto, pero,¡demonios!, también eran intensos, soñadores y obcecados, como los adolescentes de ahora, como los muchachos de siempre. Como digo, las diferencias en cierto modo son apenas de matices. A los adolescentes de mi generación por culpa de pecar los condenaba Dios; a los de ahora por culpa de beber los castiga el hígado. En todos los tiempos lucharon los adolescentes y se refugiaron de la realidad en los sueños. Lo terrible es que ahora el cine es demasiado caro para soñar en él. Eso demuestra que, por desgracia, los muchachos tienen que soñar fijándose sin remedio en la triste realidad y en una época en la que todo está tan descontrolado, que pernoctar en casa es a menudo más peligroso que dormir en la calle, entre otras razones porque en muchas familias de ahora solo desprende algo de calor el perro.