lunes, 21 de julio de 2014

Don Oppas y botifler - Raúl del Pozo

Don Oppas y botifler - Raúl del Pozo
Hay menos vociferación. Desciende el número de manifestaciones. Siguen los salarios bajos, desahucios, ERE, desnutrición infantil, créditos urgentes para comedores escolares. Se van cuatro de cada diez jóvenes y dejan el mensaje: no creas a nadie mayor de 40 años. Pero hay menos tensión.
Quizá haya sido el Campeonato Mundial, la versión posmoderna del panem et circenses; la gente se ha matado por un gol de otro olvidando que al otro día tiene que vender sus huesos para hacer dados. La exasperación en todo el mundo se transfirió al linchamiento de los futbolistas y al insulto a la «manga de hijos de puta de la FIFA». Lapidaron las redes a Zúñiga por romper la vértebra a Neymar y pidieron a Casillas que arrojara a su hijo al agua.
Pero de pronto, en julio, que es cuando en España suele estallar, el enfurecimiento se ha dejado para el otoño.
La palabra político, que significaba en origen 'ciudadano', ahora es el nombre de la misma doble pandilla endogámica que pierde millones de votos. Los dos grandes partidos han dejado de decirse «devórame» cuando han comprobado que estaban en el mismo mitin. Los diputados del PSOE olvidaron la orden de sus fundadores: «Para los cargos públicos hay que elegir a los más honrados, y después, vigilarlos como si fueran ladrones».
Los diputados del PP aclamaron en pie a Rubalcaba, al que intentaron demoler durante dos legislaturas. Los tertulianos del bipartidismo se enfrentan ya contra un enemigo común, los nuevos rojos, que no son tan golfos como aquellos de Aullido que decían: «Vender marihuana es un acto criminal. La hierba tiene que ser gratis». Estos son puritanos, no se dejan follar por santos motociclistas y quieren ganar las elecciones.
La apoteosis será en otoño. El nacionalismo, bribonería periférica, invento de católicos, montañeros y banqueros, va a sacar a la calle millón y medio de personas y nadie sabe qué hacer con ellas.
Es muy fatigoso para un Estado vigilar las aglomeraciones de miles de ciudadanos, que unos fines de semana van a Montserrat, otros cambian la matrícula de los coches, y dicen que quieren marcharse, en un viaje absurdo, porque se dirigen adonde ya estamos todos, a una Europa en la que se disolverán las naciones.
El Gobierno contesta, Constitución; el PSOE, federalismo; Mas, acorralado por sus seguidores, está entre la Confederación y el suicidi, si el Estado no le da una solución para su disparate. «Necesita desesperadamente una salida, una victoria aunque sea ficticia», me dice un dirigente socialista.

De momento, todo está tranquilo. Desde que una mujer le dio una hostia a Pere e insultaron a Shakira por cantar en catalán hay sosiego. Pero cuando llegue el otoño unos se acusarán a otros de Iscariotes, Bellidos, Oppas y botiflers.