miércoles, 16 de julio de 2014

Cultura del esfuerzo, ¿para qué? - Fernando Ónega

Cultura del esfuerzo, ¿para qué? - Fernando Ónega


Lo intuíamos, pero lo acaba de confirmar un estudio efectuado en Cataluña: el 22 % de los licenciados universitarios que consiguen trabajar son mileuristas o menos. Es decir, que cobran como máximo mil euros al mes. Brutos, naturalmente. A ese porcentaje supongo que habrá que añadir todos los titulados en paro, lo cual nos llevaría a una situación desalentadora. Me apresuro a matizar que un licenciado universitario tiene las mismas necesidades que quien solo ha cursado estudios primarios, con lo cual solicito que nadie vea en esta crónica ningún asomo clasista. Con mil euros brutos para sobrevivir, un doctor tiene las mismas dificultades para pagar el recibo de la luz que un empleado con poca formación.
Lo que revela ese estudio es otra cosa: que el empobrecimiento y degradación del nivel económico de la sociedad es, como ahora se dice, transversal. No distingue grados culturales ni profesiones. Se ha extendido por todos los ámbitos. Es una enfermedad contagiosa, que crea una nueva distinción de clases sociales donde conviven los ciudadanos privilegiados de ingresos suficientes, los de salarios de simple supervivencia y los que tienen que vivir de las ayudas públicas (siempre temporales) o de la solidaridad familiar. El concepto de clase media no es que haya desaparecido del todo, pero está muy desdibujado.
Si esto ya perfila una dura realidad, se puede empeorar todavía con otras consideraciones. Por ejemplo, la cantidad de titulados que disminuyen su currículo para intentar conseguir un empleo, aunque no se corresponda con su preparación, expresión dramática del estado de necesidad de amplios sectores de la población. Ante todo ello, que nadie se extrañe de que la gente se empiece a preguntar para qué sirve estudiar; de qué sirven tantos años de sacrificio económico de las familias; o si los estudios solo resultan útiles para encontrar trabajo en el extranjero. Esas dudas se están instalando en la opinión pública, mientras continúa la absoluta desconexión entre educación y tejido empresarial.
Creo no exagerar si digo que ese estado de opinión es demoledor para un país. Echa por tierra el prestigio de la educación, que es el pilar del progreso. Desalienta a los miles de estudiantes, universitarios o no, que ven deteriorada su confianza en el futuro. Y arruina el principio de la cultura de premio al esfuerzo, que con tanta frecuencia aparece en los discursos de nuestros dirigentes políticos. Si ese esfuerzo solo sirve en la cuarta parte de los casos para un sueldo mileurista o más pequeño, o para encontrar un trabajo muy inferior a la capacitación técnica, menuda recuperación tenemos: la recuperación de echar abajo la moral de toda una generación.