martes, 29 de julio de 2014

La cama y las fotos - Jose Luis Alvite

La cama y las fotos - Jose Luis Alvite
Supongo que es cierto que cada persona es un mundo y que no hay dos maneras iguales de relacionarse sentimentalmente con la gente. Predominan las personas cuyo objetivo es unirse a la pareja a la que aman y hacen lo posible por conseguirlo, temerosas de que la tentativa salga mal y tengan que sufrir y arrepentirse el resto de sus vidas. Pero hay también otras especies, entre ellas, la del tipo enamoradizo que nunca tiene claro que su pareja sea la definitiva. Suele confundírsele con el mujeriego y yo creo que no pertenecen en absoluto a la misma especie. El mujeriego es egoísta y desaprensivo, todo lo hace en su provecho y salta de mujer en mujer sin reparar en los sentimientos que despierta, ni en el daño que ocasiona. Es distinto en el caso del enamoradizo, que no cambia de pareja movido por un frívolo afán de coleccionismo, ni por la burda tentación del sexo, sino porque algo en su interior le pide ser espectador privilegiado de los sentimientos diversos que despierta en mujeres distintas. Se entrega sin límites y es sincero, lo que pasa es que se para poco en la convivencia con su pareja y suele desistir de las relaciones tan pronto siente la llamada de una experiencia emocional nueva, igual que el tipo que en mitad del un viaje se apea del tren porque de manera inesperada le tienta con una fuerza irresistible la idea de hacer el resto de la ruta en avión. Otras veces el enamoradizo inicia una relación sin dar por concluida la anterior y se vuelca en ambas en la medida de su disponibilidad de tiempo y según le permita el cuerpo. A quienes dicen que no es posible que una persona ame de la misma manera a dos o más parejas a la vez yo les diría que el inconveniente para que eso ocurra no es la capacidad sentimental del corazón del enamoradizo, sino las pocas horas que tiene el día para estar en tantos sitios sin falta al trabajo y sin levantar sospechas. Para no hablar de mi propia experiencia, recordaré lo que me dijo hace tiempo un tipo que vivió durante ocho años una relación triple: "En las condiciones en las que yo vivo hay algo más preocupante que el cansancio físico. El cuerpo da más de sí que la memoria. Ese es el gran problema: que te confundas en la rutina de cada relación o al dar explicaciones. Por eso cuando alguien me dice que acabaré teniendo problemas de conciencia, yo le contestó que no, que las amo a las tres por igual, y que al final lo que tendré no serán remordimientos de conciencia, amigo mío, sino problemas de agenda". En el plano personal he de reconocer que viví de ese modo durante mucho tiempo y que fui feliz mientras por las circunstancias no me vi obligado a elegir. Controlaba perfectamente la conciencia y el sueño, dosificaba las comidas cuando almorzaba el mismo día en dos casas distintas, y aunque dormía poco, a pesar del cansancio y de tantas horas sin cerrar los ojos, mi buena memoria me permitía seguir adelante sin errores que me delatasen. A veces al final de la madrugada dejaba el coche en doble fila y ya no estaba al volver a él. Supe entonces que aunque tuviese dominada la voz de Dios en mi conciencia, tenía más difícil vencer el cerco de la grúa municipal. ¡La maldita grúa municipal! No dejaba de ser irónico que siendo agnóstico, bohemio y librepensador me sintiese moralmente acosado con su maldita grúa por un concejal socialista. Como quiera que el alcalde fue reelegido, al final me centré en aparcar bien el coche, pero mi vida disipada ya no volvió a ser la misma. En cierto modo tuve la extraña sensación de que mi cambiante y promiscua vida sentimental estaba incompleta si el incipiente remordimiento de mi conciencia no iba acompañado del peso oprobioso de una multa de tráfico. Al final, una por otra todas en cierto modo se fueron enterando y cambié de estilo. Seguí con mis vidas paralelas, es cierto, pero de una manera no tan intensa, administrando con menos generosidad mis promesas, sabedor, además, lo reconozco, de que ellas nunca esperaron realmente otra cosa de mí. También para ellas fui su aventura casi sin riesgos, algo con lo que convertir la pasión en una anécdota, una agradable amargura sin complicaciones que a veces llegaba por la puerta con pasteles. Pero así son a veces las cosas: al final el enamoradizo se da cuenta de que la mujer que le admite en su cama no siempre le quiere también en sus fotos.