jueves, 16 de octubre de 2014

Mucho trabajo, pocos trabajadores - Ánxel Vence

Mucho trabajo, pocos trabajadores - Ánxel Vence

Ha causado gran orgullo y satisfacción por ahí saber que los españoles trabajan 280 horas más al año que los alemanes, a quienes se tiene por modelo de laboriosidad y, sobre todo, de eficiencia. Lo que no dice la encuesta de la OCDE es que Alemania da ocupación a más de 40 millones de ciudadanos, frente a los poco más de 17 millones que gozan del privilegio de un empleo en España. Currar, curraremos más; pero lo hacemos tan solo cuatro de cada diez vecinos del país.
Ocurre aquí con el trabajo, y mayormente con el paro, lo mismo que en tiempos sucedía con la fornicación. Cuando el sexo no era en España un pecado, sino un milagro, cierto dramaturgo de la época quiso aclararle a un extranjero que aquí no éramos tan puritanos como parecíamos. "Desengáñese, señor", dijo Jardiel Poncela al forastero sorprendido por la baja actividad sexual de los españoles. "No es que en España se haga poco el amor: lo que pasa es que lo hacemos siempre los mismos".
Si entonces estaba mal distribuido el derecho a los goces de entrepierna, ahora lo está, con toda evidencia, el del trabajo. Es natural que así sea, dado que una cuarta parte de la población carece de empleo y, peor aún, de esperanzas de conseguirlo Mucho trabajo, pocos trabajadores - Ánxel Vence un plazo razonable. Solo Grecia supera dentro de la OCDE nuestros espantables niveles de paro: y no ha de ser casualidad que los griegos -los que tienen empleo, se entiende- trabajen más horas que nadie en Europa.
Ni aun echándole tantísimo tiempo a la faena consiguen griegos y españoles levantar cabeza, en curioso contraste con la prosperidad de los alemanes. La fácil explicación reside en que aquí somos pocos trabajando mucho, mientras que en Alemania son muchos más los que trabajan menos (y acaso mejor).
Bien lo saben los gallegos y españoles en general que allá por la década de los sesenta del pasado siglo emigraron en masa a la entonces República Federal para contribuir con su trabajo al famoso milagro económico alemán. Prodigio parece, desde luego, que la máquina de producción de ese país fuese capaz de emplear a millones de "gastarbeiter" o "trabajadores invitados", como piadosamente se les llamaba.
Dado que los únicos milagros conocidos en España son los de Apóstol, a nadie debiera sorprender que hubiésemos de buscarnos la faena en Alemania, en Suiza y otros países luteranos donde reina la convicción de que solo el esfuerzo obra portentos.
No es que los españoles trabajen poco, como sostiene cierto tópico ahora desmentido por la encuesta de la OCDE. Bien al contrario, este es un país de currantes dispuestos a echarle las horas que sean necesarias a la labor, aunque para ello tengan que ir a buscarla a Alemania o incluso cruzar el océano, como hicieron centenares de miles de gallegos durante casi dos siglos.
Prueba añadida de la falsedad de esa fama de vagos que nos aflige la ofrece, sin ir más lejos, el calendario laboral de este año. Con una escueta cifra de solo nueve días de libranza, los españoles hemos disfrutado de bastantes menos festivos que los veinte de Bélgica, los doce de Italia o los diez de Portugal y el Reino Unido; por más que el estigma de los "puentes" nos siga persiguiendo.
Lo que la OCDE ha venido a descubrir, en realidad, es que el problema de España no reside en los horarios de trabajo -bien copiosos- sino en la falta de trabajo propiamente dicho. Ocurre, sin más, que somos pocos trabajando mucho.