lunes, 13 de octubre de 2014

La lazada fucsia de su sonrisa - José Luis Alvite

La lazada fucsia de su sonrisa - José Luis Alvite
Le dije a mi querida Ch.: "En realidad no aspiro a grandes cosas en la vida. Me conformaría con un par de novedades cada tres sorpresas, la amistad pasajera de una fulana poco de fiar y la indescriptible posibilidad de sentirme distinto si al amanecer mis pies tuviesen la sensación de volver a casa pisando al tacto sobre las calles de otra ciudad". A mi querida Ch. se le vinieron encima los años como sacos de mármol y no tiene grandes proyectos: su vagina es un topo con peluca y del último hombre que se acostó con ella sólo recuerda el ácido sabor de un beso baldeado con el potaje de un vómito. Comparado con el mío, el techo de sus sueños es bien poca cosa: "¿Sabes, cielo?, yo me conformaría con operarme las tetas y separarlas tres palmos de las rodillas". Las mujeres escépticas y prácticas como ami amiga Ch. serían capaces de cavar la tierra aunque sólo fuese para entrerrar el polvo de sus pisadas. ¡Pobre Ch.! A mi trágica amiga las tetas le tapan el pecho. En una ocasión telefonée a M. desde "Corzo" con el ruego de que resucitase media hora para tomarse una copa a mi lado. "¿Sabes que son las seis de la mañana, cielo? ¿Qué esperas de mí a las seis de la mañana en un local de copas?". "Te necesito a mi lado, nena. No querría pasar por tu casa. El cuerpo me pide mentirte de pie". M. se puso algo por encima y bajo a "Corzo". Eran las seis y cuarto de la madrugada. La encontré limpia y deslumbrante, como si se derramase sobre el "rafting" de su melena la lisérgica luz de la publicidad. Hacía calor y el ventilador verde cambiaba de sitio la pirueta de mi aliento marrón. M. tomó distancia entre mis brazos y sin soltarse, me dijo: "A esta hora y en un sitio así, creo que incluso a un tipo de tu calaña le sentaría bien el gabán amarillo de Dick Tracy". Volví a fijarme en ella. Estaba hermosa y con los ojos a estrenar. Pensé que en un rapto de crueldad podría permitirme crucificarla en el caballete de un pintor. Hacía calor en "Corzo" y en el fondo de mi copa latía el el hielo como una flema de goma arábiga. A M. se le pasó por la cabeza la perfidia de una imagen fugaz: "A veces cierro los ojos en el retrete e imagino que orino sentada en la porcelana blasfema y peligrosa del regazo de un hombre". Suso Oitavén, el jefe de "Corzo", mató algo la luz sobre la barra. Era media mañana en Moscú y anochecía sobre Chicago. M. rehizo con carmín la lazada fucsia de su sonrisa. Se cernía sobre sus ojos la infusión azul del sueño. "¿Sabes, nena, que a las afueras de Niza a los rompeolas de la Costa Azul les crecen juntas la buganvilla y la espuma?". A las siete de la mañana me pareció que a M. el vuelo de la falda le novelaba a lápiz las piernas...