miércoles, 29 de octubre de 2014

200.000 gallegos de pérdida - Ánxel Vence

200.000 gallegos de pérdida - Ánxel Vence

Como si un maremoto estuviera a punto de caer sobre este reino, Galicia perderá 207.000 habitantes durante los próximos quince años: o eso sostienen al menos los contables del Instituto Nacional de Estadística. La cifra, de proporciones catastróficas, sugiere algún inesperado desastre; pero quiá. Lo grave del asunto consiste precisamente en que se trata de una evolución natural del censo.
El extravío de esa población a la que nadie podrá buscar en una oficina de objetos perdidos es, según observa el INE, la consecuencia de la ociosidad de las cunas y del mucho gasto en ataúdes que se hace en este gran geriátrico al aire libre también conocido por el nombre de Reino de Breogán.
Engendramos muy pocos críos por útero disponible, debido a que la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas ya no están para tales trotes; y, a la vez, los cementerios se siguen llenando a medida que crece el envejecimiento de la población. Las sepulturas ganan por goleada a las cunas, con el infausto resultado de que Galicia perderá 207.472 habitantes de aquí al año 2029, si hemos de dar fe al minucioso cálculo de los expertos en Estadística.
Tamaño agujero demográfico equivale a la suma de habitantes de las ciudades de Ourense y Lugo, lo que acaso dé una idea de lo que vamos a perder en apenas década y media. Para cuando se termine por fin el AVE a Galicia, mucho es de temer que ya no haya pasajeros suficientes con los que amortizarlo.
Todo esto lo había intuido ya hace un cuarto de siglo el entonces monarca Don Manuel I, que a su llegada al palacio de Rajoy fijó como prioridades de su reinado la batalla contra los incendios y la repoblación forestal -y sobre todo, humana- de Galicia. Pretendía Fraga remediar simultáneamente la pérdida de árboles y de gente que afligía al país, aunque los resultados fueron dispares.
Los bosques se han conservado en grado suficiente como para considerar un éxito la reforestación de los montes, pero en lo tocante a la natalidad las cosas han ido a peor. La producción interior bruta de críos se mantiene bajo mínimos, y no parece que los llamamientos a la procreación hechos por Fraga y sus sucesores en el cargo hayan excitado el celo reproductor de los ciudadanos.
Nos quedaba el recurso a los inmigrantes, que aun siendo relativamente pocos, mantuvieron el equilibrio del censo durante el reciente boom de la construcción. Al calor de la especulación con el ladrillo, varios millones de trabajadores llegados de fuera engordaron de forma un tanto engañosa el censo de España e incluso el de la remota Galicia, que creció en 50.000 habitantes durante la década inaugural del siglo.
Infelizmente, el espejismo de prosperidad que trajo consigo la burbuja inmobiliaria se ha disipado con la misma rapidez que llegó. Los inmigrantes han empezado a regresar por donde habían venido: y la consecuencia inmediata es una sangría anual de población que en los próximos quince años sumará pérdidas de más de 207.000 gallegos.
Puestos a hacer de la necesidad, virtud, siempre queda consolarse con la idea de que cuantos menos seamos los pobladores de Galicia, a más tocaremos en el reparto de empleos, bienes y servicios disponibles. Y hasta puede que se resuelva, de una vez por todas, el problema de la vivienda. Si es que de aquí a medio siglo queda alguien para habitarla, claro está. El INE no lo deja claro.