domingo, 24 de febrero de 2013

Serafín Gallego - Alberto Estella Goytre


Serafín Gallego - Alberto Estella Goytre

A uno le gusta compartir los buenos ratos, transmitir los lances festivos, porque pesadumbres las menos, que bastantes cabronadas hace la vida. En el caso de Serafín Gallego no resulta fácil, porque es la persona con más fuerza cómica natural que he conocido. Sólo quien está al borde de la muerte varias veces y la sortea con donaire puede decir que tiene sentido del humor. Y él hizo numerosos regates a la que los clásicos llamaron "la gélida" y Rubén "la celosa". Serafín había estado en el límite en algunas ocasiones y por eso decía que San Pedro, aburrido de salir a abrirle las puertas del cielo, le había advertido: "Mira, Serafín, te dejo la llave aquí, debajo del felpudo para cuando llegues". En una de sus muertes, mientras el sacerdote le iba aplicando los óleos por el cuerpo, para purificar las partes con las que pudo pecar, se sentía morir y apremió al cura para que no anduviera con rodeos : "¡Directamente a la pitilina, padre, a la pitilina!". El oficiante, a pesar de lo solemne del momento, esbozaría una sonrisa indulgente. Me constan las carcajadas del urólogo salmantino que le hizo el primer tacto rectal. Serafín había rechazado siempre los supositorios, alegando que "por detrás ni el murmullo del viento". Pero estando a cuatro patas y a culo pajarero, mientras el médico se calzaba el guante para penetrar con su dedo índice hasta la próstata, tuvo la humorada de decirle "Hágame suyo, doctor".
Siendo universitario imitaba a los primeros jugadores de fútbol argentinos que acá llegaron, es decir, gambeteaba —de ahí el apodo de "El Gamba"—, regateaba, y acreditó su ingenio en numerosos lances que desgraciadamente se perderán. Trajo de cabeza al buenazo de don Esteban Madruga, su catedrático de Derecho Civil. Jugando en el atrio de la Catedral a la pelota, ésta se alojó detrás de la estatua de Santa Lucía y cuando la rescataba se vino abajo abrazado a la imagen y a la pelota. La hornacina sigue vacía y los pedazos de la estatua en el Museo de la ciudad. La colecta para restaurarla que hicieron Serafín y su cuadrilla en el curso, fue insuficiente. Su importe sucumbió aquella noche, primero en la casa de lenocinio de doña Manuela de la Rosa y Ponce de León —mundialmente conocida como "la Margot"—, y luego en la de doña Petra Fernández Bravo —es decir, "la Petra"—. Como delegado de curso, se atrevió a reprochar a don Esteban que no estuviera al día en la doctrina italiana sobre la posesión, resultando ser los más modernos autores Coppi y Bartali (ciclistas de cuya existencia el Rector no tenía la menor idea).
Serafín sabía de caballos y de galgos más que nadie. Sostenía con su habitual gracejo: "No se puede uno ir de este mundo sin montar una buena mujer, un buen caballo y un buen negocio, sobrino, porque te vas como San Amaro, que no se le conoce ningún milagro". Era asesor de un Foro de Estudios Ecuestres y fue presidente de la Federación Española de Galgos. En el último campeonato, que se celebró precisamente en Cantalapiedra, me dijo: "vente a tomar un litro de vino y a comer, cuando llegues le preguntas a cualquier caballo o lebrel y te dirá dónde estoy"
Mi seráfico amigo, mi "tío" Serafín, que deja muchos recuerdos en Salamanca, en el Mesón y entre los galgueros, recogió ayer la llave de San Pedro bajo el felpudo. No sé si repitió a Mercedes la despedida de hace muchos años, en Holanda, cuando le iban a colocar "el electrodoméstico", que es como llamaba al marcapasos : "Hasta el valle de Josafat, y si no me encuentras en el valle búscame en las tierras, que andaré detrás de una liebre".