martes, 19 de febrero de 2013

Carlos Alberto Montaner - Raúl cumple 80 años


Carlos Alberto Montaner - Raúl cumple 80 años

Raúl Castro ya cumplió ochenta años, pero no ha aprendido demasiado. Cuando tenía treinta, vivía deslumbrado por el modelo soviético de organizar la convivencia. No tardó en comprobar que los resultados eran desastrosos. Finalmente, la URSS implosionó y Marx fue a parar al basurero de la historia.
Ahora Raúl se decanta por una variante homeopática de la experiencia chino-vietnamita. Intenta legarles a los cubanos un sistema de producción micro-capitalista, sin mercado y sin acumulación de beneficios, controlado por un gobierno comunista de partido único que no ofrece subsidios, vigila implacablemente y cobra altos impuestos, pero, no se sabe por qué, espera productividad, lealtad y eficiencia de parte de los trabajadores.
Ya se puede hacer cierto balance de su gestión de gobierno. Sustituyó a su hermano Fidel súbitamente, en el verano del 2006, cuando el Comandante casi se muere. Hasta ese momento, Raúl sólo era el hermano menor de Fidel, un apéndice emocional y vitalmente subordinado a los caprichos de un Máximo Líder que le había hecho la biografía.
Fidel lo había arrastrado al ataque al Moncada, a la cárcel, a la Sierra Maestra. Luego lo llevó de la mano al poder y lo hizo Ministro de Defensa a los 28 años, y allí lo designó heredero y lo dejó instalado, vigilando el polvorín, como segundo de a bordo, para que continuara la labor revolucionaria en caso de que él desapareciera.
Pero las cosas sucedieron de otro modo. Fidel no desapareció del todo. Se quedó medio muerto, o medio vivo, y deambula por internet y por la tele, de vez en cuando, pergeñando unos textos delirantes. Mientras tanto, Raúl no se dedica a prolongar la obra de su hermano, sino a tratar de enmendar el inmenso desastre que le ha tocado como herencia.
En esencia, el país que recibió por vía dinástica está quebrado. Desde hace muchos años produce mucho menos de lo que necesita, está endeudado hasta las cejas y, como no paga sus deudas, no tiene acceso al crédito. Los cubanos deben importar el ochenta por ciento de los alimentos que consumen (la mayor parte la adquieren en Estados Unidos, donde los productos agrícolas están subsidiados), mientras la mitad de la tierra cultivable está ociosa, la infraestructura vive de remiendos precarios.
Por la cabeza de Raúl no pasan la apertura política, aumentar el ámbito de las libertades individuales o permitir el pluripartidismo. Todo eso es tabú. Su idea de la reforma consiste en echar las bases de un Estado fuerte y eficiente, liberándolo de los asalariados innecesarios (un tercio de la fuerza laboral) y mantener férreamente controlado el poder político.
Ha cambiado, eso sí, la estrategia represiva. En lugar de condenar a largas penas a los demócratas que se atreven a disentir públicamente, ha dado órdenes de acosarlos constantemente, apalearlos y detenerlos por periodos cortos. Él sabe que con esas medidas basta para mantener la disciplina en el manicomio.
Lo que Raúl no ha conseguido, hasta ahora, es organizar la línea sucesoria y crear un mecanismo respetable para transmitir la autoridad. Si le da por morirse allí puede ocurrir cualquier cosa.