domingo, 24 de febrero de 2013

Juristas y rábulas - Alberto Estella Goytre


Juristas y rábulas - Alberto Estella Goytre

N O sé si usted sabe que está sitiado por licenciados en Derecho. El primer ciudadano de Salamanca, el presidente de la Comunidad, y el presidente del Gobierno. Con mandar mucho Lanzarote, Herrera y Zapatero, no llegan a Obama, que acaba de asumir un liderazgo mundial, y fue abogado en ejercicio, doctorado en la primera Universidad del mundo (Harvard). Son hombres que el Derecho ha prestado provisional o definitivamente a la política, entre otras cosas porque en su contextura mental y en su médula deberían llevar grabados los tres viejos principios romanos : vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo suyo.
El cerco se estrecha porque usted tiene un pariente próximo que estudió Derecho, en su portal está atornillada la placa de un abogado, y pertenece usted a un grupo de unos trescientos vecinos que tocan a un letrado. Otros son magistrados, jueces, secretarios, notarios, registradores, procuradores, funcionarios, o sencillamente se dedican a los negocios, la industria o el comercio, la política, la gestoría, la literatura —incluso el columnismo—, los seguros, el arte, el campo, o ejercen, ay, de cuajaenredos, truchimanes y egipcios. Aquí me refiero solamente a los abogados ejercientes, porque deben ser colaboradores en la Administración de Justicia, esa cieguecita, deseada, acosada, manumitida y algunas veces ajusticiada por la propia ley. Tal colaboración se hace mas necesaria en estos momentos de hartazgo judicial, explicable por su histórica penuria. Tan elegante dama —la Justicia—, que debía estar mimada por el poder, siendo uno de los pilares de cualquier Estado que se precie, ha sido indigente —como el personaje de "La Colmena" de Cela—, durante las dos Repúblicas, la Monarquía, la dictadura, la dictablanda, el franquismo, pero también lo es con la democracia.
La Justicia precisa hoy de abogados que le sean leales, que transijan, que eviten los litigios y no alarguen innecesariamente los inevitables. Es decir, de verdaderos juristas. Sobran los Rodríguez Menéndez, sus imitadores, franquicias y sucursales. Hay que mandar al paro a los rábulas, esos que en cuanto se matriculan se creen Papiniano, los que presumen de orinar derecho, los indoctos, charlatanes y vocingleros. Como el Oscar de 1966 Walter Mathaus, que cuajó una fabulosa interpretación de un picapleitos ("En bandeja de plata") intentando sacarle al seguro —torticeramente—, unos daños imaginarios del cuñado, Jack Lemon. Aunque advierto, como si fuera su director Billy Wilder, que si conociera usted en Salamanca algún individuo semejante "cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia". Aquí no hay rábulas, aunque tampoco todos sean jurisconcultos, ni jurisprudentes.
La imagen del abogado mejora, mas pesa aún la opinión del salmantino Rector Maldonado en sus"Querellas del ciego de Robliza": Güena abogacía es esa / al probe charro estrujar / y alargar mucho los pleitos / hasta llegarle a arruinar. / Mal haya pal que vus crea / y se meta a pleitear: / Pleitos tengas y los ganes / dijo el gitano cabal". Su amigo Unamuno (por cierto, desahuciado de una casa del Paseo Carmelitas por falta de pago) fue mas directo e injusto: "La abogacía es uno de los peores azotes de nuestra España". La salmantina, con una tradición prestigiosa, tiene una excelente oportunidad de colaborar con una Judicatura en aprietos por cuestiones de planta y demarcación, oficina judicial, número de litigios, medios materiales y retribución. A pesar de todo ello, con inevitables excepciones, cumple con enorme dignidad su importante tarea. Bastaría invocar uno de los más cabales preceptos del Código Civil, según Antonio Estella, aquel grandísimo abogado en cuya emocionada memoria escribo: "La transacción es un contrato por el cual las partes, dando, prometiendo o reteniendo cada una alguna cosa, evitan la provocación de un pleito o ponen término al que había comenzado". Halacompañeros, duro con él.