martes, 19 de febrero de 2013

Jaque - Antonio Lucas


Jaque - Antonio Lucas
Uno de los inconvenientes que acarrea la corrupción en España es que, durante décadas, se ha generado un equilibrio inestable con el que hemos ido tirando entre lo formidable y lo mendicante. Había dinero y era fácil robarlo. Y robarlo muy repartido, como la lotería. Un poco para todos, sin forzar mucho la cosa. Así se levantó el pisopiloto de este país desde el 78, con el espíritu de la Transición como un boomerang moral ante cualquier amenaza que hiciera peligrar el negocio. Esta forma tan castiza de golfear se institucionalizó. Generó familias, como llama González Pons (ese holograma redicho) a lo que otros denominamos hampa. Generó chantajes. Generó espías. Y crimen de Estado. Generó intocables. Generó mucha prosa mala. Y generó a esta generación política, la más sonrojante de la parte buena de Europa (sin contar la Italia de Andreotti, que en eso estamos).
A los treinta y tantos años de una democracia a plazos podemos decir que hemos alcanzado el paroxismo, la cumbre y, de ahí, la cuestabajo. Todo gracias a «un alfeñique de pupila azul» (Urdangarín, según hallazgo de Gimferrer) que metía goles con la mano y a una cortesana de recuelo que ha estirado su fortuna por vía inguinal con remite de Zarzuela (Corinna). Lo que nos queda de esta ecuación es una estampa del Ruedo Ibérico con el Rey ya descuadernado a punta de soledad. A veces pienso en García-Trevijano: tanto empeño en argumentar una República intelectual y la llave estaba en los correos de un «memo» consentido que firma ahora como Txikitín y se divierte enviando postales de garajista engorilado con las del Playboy.
Los mails que ha volcado este periódico entre el mozo y la otra son la escenificación de un jaque irremediable. Pero son, también, el retrato ventajista de una Monarquía que habla de Justicia igualitaria y tiene a su catorce puntas fuera del sayo de la Ley. Es el mismo país que devuelve a un yonqui rehabilitado a la trena por un delito de hace años y mantiene a una infanta blindada ante unas presunciones de mucha tela. Es exótico y tercermundista. Luego las hostias se las llevan porque sí la firme Ada Colau y la despistadísima Talegón, a la que nadie explicó que en política conviene esprintar por los platós después de pasar la línea de meta, nunca antes.
Hemos aceptado como pueblo una homilía diaria corrupta y violenta. Ni el esperpento revitaliza a la afición. Avergüenza este circo calamitoso, este iberismo de pedernal. ¿A qué tenemos miedo? La vida nacional ha incendiado los periódicos (o viceversa), pero confundimos esa anfeta con el diazepam. Jaque, ya.