miércoles, 20 de febrero de 2013

Por ver mi estrella María - Salvador Sostres


Por ver mi estrella María - Salvador Sostres
El problema es que una princesa no puede casarse con un jugador de balonmano. Los príncipes se tienen que casar con princesas y las princesas se tienen que casar con príncipes. Y si por lo que sea se enamoran de plebeyos, y quieren mezclarse con gente con oficios, que abdiquen y renuncien a sus privilegios y entonces podrán comportarse como cualquiera de nosotros porque realmente serán cualquiera de nosotros.
Lo de ayer en el Sant Jordi fue tan brillante desde el punto de vista deportivo como grotesco desde el punto de vista institucional. Estaba el Príncipe Felipe, pero sin Letizia, acompañado de la princesa María de Dinamarca, que dio una lección de elegancia y de clase con su sonrisa perfecta y sus tejanos ligeramente gastados por detrás. Lo más lejos posible del Príncipe, a pie de pista, estaba Iñaki Urdangarin, uno de los jugadores más significativos del balonmano español y cuyo matrimonio con la Infanta Cristina contribuyó decididamente a la popularidad de este deporte. Su presencia en el palco, junto a su esposa, no sólo habría sido normal, sino que su ausencia fue extrañísima.
Esto es lo que pasa cuando eres el Rey y quieres hacerte el moderno permitiéndole a tu hija que se case con un jugador de balonmano: que un día tienes que ir a un partido de balonmano y haces el ridículo. Si un día tenemos un susto con Letizia, a ver a qué parte del polideportivo la mandamos a ver el partido.
No pude evitar, viendo con qué estilo y simpatía la princesa María besó a Felipe y con qué naturalidad departían ya sentados en el palco, durante el transcurso del encuentro, que el Príncipe se casó con poco gusto y con todavía menos profesionalidad.
El Sant Jordi estuvo con España, tal como sucede siempre con cualquier selección española de cualquier disciplina deportiva. Los jugadores estuvieron arropados en todo momento por un público muy cariñoso con ellos y que, en cambio, pitó al cantante Pep Sala cuando éste interpretó en catalán su famosa canción Boig per tu, así como también al Príncipe cuando entregó las medallas a los vencedores, de modo que la Casa Real no se ahorró el reproche del pueblo pese a sus hipócritas y ridículos intentos de disimular que Iñaki Urdangarin forma parte de su familia y que es un héroe del balonmano español.
Perfecto como siempre, en el fondo y en la forma, en lo deportivo y en lo personal, Valero Rivera se acercó a Iñaki, su discípulo, para abrazarle, y lo mismo hicieron muchos de los jugadores españoles.
Una cosa es que Urdangarin haya intentado la cuadratura del círculo en algunos de sus negocios, y que como el pobre no es demasiado inteligente le hayan pillado y ahora tenga que afrontar las consecuencias legales y penales de sus actos.
Otra muy distinta es que se pretenda hacer ver que no forma parte de una familia de la que forma parte y que jueguen con él al escondite en los pabellones deportivos. Toda una Casa Real no puede caer en el absurdo trilerismo de borrar al esposo de una Infanta de las fotografías y de su página web, como si creyera que los españoles son tan estúpidos que, si ya no ven al duque de Palma en los retratos, acabarán olvidándose de que existe o de lo que haya hecho.
María de Dinamarca brilló, sexy y letal, por encima del lío real español y de su lamentable puesta en escena. Hay que estar muy segura de una misma para acudir con unos blue jeans levemente gastados por detrás a un acto institucional, hay que haber sido educada para esto desde niña. Letizia, en cambio, está siempre tan encorsetada y tan tensa porque la encontramos en la calle, o peor, en un telediario.
Barcelona no tiene ningún problema con las selecciones españolas, al contrario; y la Monarquía española sí tiene un problema con el público en general -no sólo con el catalán- y no lo va a solucionar jugando al photoshop o escondiendo de un modo vergonzoso a los miembros de su familia.
Yo no entiendo de balonmano pero fue brutal la paliza. Me aburrí como un idiota pero valió la pena la agonía aunque sólo fuera por ver mi estrella María.