jueves, 19 de junio de 2014

Un “podemos” de la tornillería municipal - Nacho Mirás Fole

Un “podemos” de la tornillería municipal - Nacho Mirás Fole
Ahora que llevo ocho meses de baja observando obras públicas me doy cuenta de que, en realidad, los jubilados que miran detrás de las vallas lo que querrían es estar ellos mismos en el tajo. O mejor: dirigir la orquesta. Como toda esa gente que se desgañita en la grada porque sabe más que el míster y no le dejan demostrarlo. Porque una cosa es que no puedas trabajar y otra diferente que seas un inútil.
Como adelanté en esa plaza del pueblo que es el Facebook, ayer decidí hacer un “podemos” de las obras públicas y pasé a la acción directa, harto como estoy de llamar por teléfono a los servicios de mantenimiento del Ayuntamiento para que no me hagan ni puto caso. Poco faltó para que acabase en la Audiencia Nacional. Sí, sí, veréis…
Resulta que a pocos metros de mi portal, en la zona peatonal que piso irremediablemente si quiero salir de casa, una papelera de acero inoxidable colgaba de un tornillo desde hace cosa de dos años. No sé ni la cantidad de veces que he llamado para avisar. En el mismo lote, otros recipientes parecidos, también abandonados por falta de mantenimiento, acabaron en la furgoneta del chatarrero de guardia. “¡Pero si esto se arregla con un tornillo del 8!”, bramaba para mí mismo cada vez que pasaba por delante del metálico objeto. Es la herencia de haber sido becario infantil en el taller de carpintería metálica de mi padre.
Ayer no pude más. Arranqué la moto, puse rumbo a mi chino de cabecera y por el módico precio de sesenta céntimos compré un lote de tres tornillos acerados del 8 con sus respectivas tuercas y volví a mi calle. Transformado en un espontáneo del mantenimiento, en un activista peligroso, tardé dos minutos en reparar una papelera que llevaba abandonada dos años. Los vecinos, desde las ventanas, debieron de flipar: “¿Qué carallo hace este manipulando la papelera? ¿Ya tiene que buscar en la basura?”. Pero como últimamente todo me resbala, terminé el operativo, hice unas fotos del resultado  -por si el alcalde se conmueve y me quiere descontar los sesenta céntimos en el próximo recibo del IBI- y di por finalizada la maniobra. “Te pareces a uno que sé yo -me escribió mi amiga Nuria Fernández-, que cuando le sobra un poco de cemento de algún trabajo se dedica a tapar los baches del barrio”. Vaya, Jorge, ¡va a resultar que somos un comando con células independientes!
Lo más cachondo del asunto es que, justo cuando acababa de recoger las herramientas, desembarcó en la zona la Guardia Civil toda junta. No exagero: un despliegue uniformado en toda regla, con sus agentes con pasamontañas -anda que no hacía calor- sus coches oficiales apurando la primera, sirenas… todo un número. Nada menos que un dispositivo especial coordinado por la Audiencia Nacional para detener en el barrio a un supuesto colaborador de un grupo armado. Si llegan a desembarcar solo cinco minutos antes y me ven poniéndole las tuercas que le faltaban  a un bidón de acero inoxidable me aplican allí mismo la ley antiterrorista.  Ya estoy viendo a los Tedax rodeando el recipiente para desactivar las cacas de perro en bolsitas que llenaban el cubo. Y yo explicándome: “Se lo juro, señor guardia, yo soy un vecino aburrido que estaba arreglando la papelera porque el Ayuntamiento no me hace puto caso. Y además tengo cáncer”. “¡Guarde silencio, majadero, ¿no tiene una excusa mejor? ¿Manipulando metralla justo antes de un operativo antiterrorista? ¡Levante las tuercas, digo, las manos!”
Yo es que me tomé muy a pecho que mi enfermera favorita de oncología me recomendase tener “la cabeciña ocupada” ¿Verdad, Isabel? Por eso me he convertido en un activista de la tornillería así, a lo loco, de la noche a la mañana. Y soy reincidente: hace días enderecé una señal de tráfico que alguien tumbó dando marcha atrás. A mano. Eso sí, señores alcaldes entrante y saliente (Santiago tiene una gestión municipal muy complicada): a lo que me niego es a baldear los contenedores de la basura que huelen a podrido que tumban. Algo huele a podrido en Santiago… jeje. Así que eso se lo dejo a los del mantenimiento de Urbaser. No será que escasea el agua este año. Que hablen las fotos de mi intervención y sigo:

Activismo aparte, me encuentro razonablemente bien. El día 25 toca control y, si todo está en orden, preparar otro nuevo ciclo químico, el cuarto. Aunque me canso cada vez más, sobrevivo con una calidad de vida de ocho en una escala del uno al diez. ¿O acaso conocéis a más pacientes oncológicos con un tumor en grado III que se dediquen a arreglar papeleras? Ahora me preparo para la ruta burrocrática de los miércoles, ya sabéis: centro de salud, empresa, universidad… A ver si ahora no me viene la Inspección y me empura por arreglar una papelera pública estando de baja.
Sigo capeando los problemas gástricos que me generan la quimioterapia y el Septrin Forte con la leche sin lactosa y los yogures con bífidus. El resultado es bastante aceptable. Lo que sale, al final, es tan importante como lo que entra.
La moqueta que me había abandonado en el cuero cabelludo, sobre todo en el lado que me radiaron, ha vuelto a hacer acto de presencia. Tengo ese pelillo fino que Camilo José Cela etiquetaba de “pelo de hijo de puta” pero, según pasan los días, aumenta el calibre y viste más. No, si aún acabaré haciéndome las mechas californianas después de haber lucido mondo y lirondo tanto tiempo.
Tengo que preparar la logística burrocrática para poder abandonar Santiago un mes entero, con la quimio en el neceser, y procurar que mi familia tenga unas vacaciones lo más normales posibles. No es fácil, con esa mierda de la baja semanal. Pero si el trozo de cerebro que no me han extirpado me ha bastado para solucionar un problema de mantenimiento del mobiliario urbano que el Ayuntamiento no resolvió en dos años, malo será que no encontremos la fórmula. Qué ganas de poner tierra por medio. A lo ancho, no en vertical, que ya estáis haciendo segundas lecturas. Si en la resonancia magnética de octubre sigo teniendo el cerebro saneado será el momento de volver a hacer vida normal. Aunque, después de todo y convertido en un paciente crónico, ¿existe la vida normal? Existe la vida, en cualquier caso.
Dentro vídeo. Tócala otra vez, Steve Harley, que tienes apellido de moto y me animas la mañana.