lunes, 2 de junio de 2014

¿Te gusta conducir? - David Torres

¿Te gusta conducir? - David Torres
Gran aficionado a la albañilería, Gallardón dejó Madrid como un parque temático de Hiroshima antes de frotarse las manos y acometer una reforma de la justicia que todavía no se sabe dónde nos puede llevar, salvo a algún lugar más allá del río Pecos. Se trata de un saneamiento radical que hubiese asustado al mismísimo Roy Bean, aquel juez de la horca que impartía justicia con ayuda de una Biblia y asesorado por un oso. Entre soltar a narcotraficantes y empapelar a ladrones de hortalizas, es difícil saber por qué se hubiese decantado el juez Bean, pero Gallardón no sólo se deja aconsejar por osos sino también por madroños.
Lo más extraño de todo es que en el PP hayan empezado las reformas por el código penal, cuando está claro que la más urgente para ellos es la del código de circulación, que al paso que lleva esta gente no va a dejar ni un artículo sano. El juez Enrique López conducía una moto sin casco, se saltó un semáforo en rojo y cuando le hicieron la prueba de alcoholemia, casi sopla un matasuegras. Menos mal que no le hicieron un análisis de sangre, porque en vez de RH positivo le sale denominación de origen. López confesó que había circunstancias personales que podrían justificar los hechos, pero no logramos imaginar qué circunstancias pueden llevar a alguien, a las siete y media de la mañana de un domingo, a cuadruplicar la tasa permitida de alcohol, treparse acto seguido a una moto y lanzarse por la Castellana a cabeza limpia a reventar semáforos. Lo único que se nos ocurre es una prueba a tumba abierta para ingresar en la filial hispánica de Sons of Anarchy.
Al menos hay que agradecerle al juez López su buena disposición con los agentes, porque llega a conducir la moto la señora Aguirre y enfila Castellana adelante a lo Evel Knievel, quemando llanta por todo Madrid hasta que la atrapen los guardias como a Steve McQueen al final de La gran evasión. Se pone uno a repasar la lista de infractores al volante, de Carromero a Miguel Angel Rodríguez, y de Nacho Uriarte a María Pilar Araque, y se pregunta si ha caído en un partido político o en unos autos de choque. La conjunción estelar entre el código de circulación, el alcohol y el PP empieza a ser preocupante, sobre todo para los peatones. La gran pregunta es por qué no habrán hecho ministros a Farruquito y a Ortega Cano.

Decía Nabokov que nunca hay que fiarse de un poeta que sepa conducir, una temeraria afirmación que me llevó a hacer una encuesta entre mis colegas en la cual descubrí una abrumadora y sorprendente mayoría de no conductores. Entre los políticos de derechas, por lo que se ve, también abundan los analfabetos del volante, sólo que a ellos no les da ningún miedo sentarse a los mandos de un coche, borrachos perdidos, y que sea lo que Dios quiera. El miedo, de hecho, es todo nuestro porque empezamos a sospechar que esto de la conducción kamikaze no es más que una metáfora de cómo llevan el país, dando tumbos, a toda hostia, sin leyes, sin casco y sin frenos.