domingo, 6 de octubre de 2013

Hueso invertebrado - José Luis Alvite



Hueso invertebrado - José Luis Alvite

En la sociedad española está muy arraigada la costumbre de invertir los ahorros en vivienda. Hay matrimonios que se privan de lo más elemental para dejarle un piso a cada hijo y algo de dinero en el banco. La herencia es una institución tan española como el toreo, la Benemérita y las condecoraciones póstumas. Personalmente nunca me preocupó lo que pudiesen dejarme mis padres. E hice bien, porque tampoco les preocupó a ellos, quienes, a su vez, habían tenido padres con nula capacidad de ahorro. A tía Rosa, mi abuelo le dejó unas gafas turbias con las que la pobre vio llover los diez últimos veranos de su vida antes de sucumbir a un cáncer que parecía mayor que ella. Mi abuelo paterno se lo gastaba todo en libros y en tertulia. Con el tiempo su biblioteca se fue desperdigando y ahora habría que hablar con más de ochenta personas para reunificarla. Con un poco de suerte conseguiríamos reconstruir el 30 por ciento de su biblioteca. El resto supongo que mis otros familiares lo habrán aprovechado para darle sabor a la sopa en los malos momentos,que solían abundar. Una buena parte de aquel tesoro lo mantuvo tía Pepita durante más de veinte años, hasta que en un cambio de domicilio, cientos de aquellos ejemplares se los llevó una excavadora y ahora son escombro o harina de pescado. A mi padre aquello le causó una profunda desolación y mis hermanos y yo aprovechamos para masturbarnos y suspender curso. A tía Pepita el suceso le impresionó poco. Tía Pepita no era una mujer muy ilustrada. Se había hecho comadrona de urgencia en la post guerra y lo más literario que recuerdo en ella son aquellas cartas que me escribió con una letra redonda y cauterizada por la que era como si resbalase la gangrena. Corre entre nosotros le leyenda de que tía Pepita lo único que sabía de obstetricia era el agua de la palangana. No recuerdo haberla visto leer un solo libro en los adorables momentos que pasé en Cambados a su lado. Tía Pepita detestaba lo sólido y lo inmediato, lo numérico y lo inmobiliario. Creo que sólo leería un libro si trajese 'abrefácil'. No era una mujer ilustrada y sin embargo detestaba el dinero e ignoraba el valor de las cosas, yo creo que incluso desconocía los billetes de curso legal. Por no dejar nada, ni siquiera dejó hijos, ni viudo, ni el menor rastro de vida marital. Tía Pepita tenía un 'sex-appeal' entre la Pardo Bazán y Federico Martín Bahamontes. Su único novio se metió a cura y creo que sólo habría dejado el sacerdocio si entrasen los grises a sacarlo de la parroquia con gases lacrimógenos. No podría jurarlo, pero creo que tía Pepita sólo tuvo relaciones sexuales con la costura de las bragas y con los supositorios de la tos. Llenó mis veranos de sana intemperie, de cine y de novenas. Era a la vez cordial y circunspecta y en los oficios de Semana Santa yo creo que en el pésame de la Crucifixión la Virgen estaba detrás de ella. Recuerdos es cuanto heredé. Recuerdos, una distraída hipermetropía y el amargo escepticismo de alguien que se pasó la infancia acariciando la idea de inventar el hueso invertebrado.