martes, 15 de octubre de 2013

Fresas con hueso - José Luis Alvite

Fresas con hueso - José Luis Alvite

Fue la suya una belleza lineal, drapeada por aquella ropa sin ingles cuyo único escote era una sonrisa a menudo interrumpida por un presagio, aquella sonrisa distinta y lastimada que lo que escondía no era el frívolo fogonazo del glamour sino una mezcla de talento, nostalgia e insuficiencia biliar. A una mujer como Katharine Hepburn se le subían juntos a la cabeza el 'martini' y las obras de Faulkner. Era liberal, educada e inteligente y podías imaginarla retocando las flores para la mesa o cambiándole al coche la rueda pinchada. Tenía el complejo atractivo de alguien cuya boca era a la vez sugerente y arriesgada como una orquídea con una avispa dentro. Siempre me gustaron las mujeres como Kate, tan capaces de ponerse igual de elegantes para arengar a un jurado que para reparar el tostador del pan. Comedida, prudente y una pizca taciturna, los gestos de Katharine Hepburn siempre me pareció que iban un segundo por detrás de sus manos. En 'Adivina quien viene esta noche' Kate era una sublime sexagenaria en quien resistía aún el rescoldo de su estilizada belleza sin curvas. Es cierto que empezaba a decaer pero todavía la veo observando a Spencer Tracy y no cambiaría por ningún otro el rostro de esa señora en cuyo porte estremecido incluso resulta interesante que se presienta el ralentí del parkinson, que ya será ostensible cuando 'En el estanque dorado' se le llenan de lágrimas los ojos al escuchar las frases de aquel Henry Fonda aplomado y terminal cuya sonrisa había adquirido definitivamente el rictus de un mal sabor de boca, la acidezde alguien que esté leyendo la oración fúnebre de sus exequias. Después Kate se reponía para no empeorar las cosas. Y entonces, amigo mío, entonces sabías que aquella mujer era la única actriz del mundo a la que Dios podría admitirle un chiste de curas.Nunca fue la tentación favorita de los hombres que buscan mujeres explosivas. Las curvas más explícitas de Kate eran las de su peinado. En sus películas, cualquier actor tiene más pecho que ella. Yo creo que Kate tenía el infrecuente atractivo de una delicada mujer sin afeminar. Vistió siempre blusas al caer y pantalones holgados, incluso cuando en Holywood la prenda más floja de cualquier actriz era el sudor. Yo creo que la pieza más ceñida del guardarropa de Katharine Hepburn fueron los brazos de Spencer Tracy. Y es precisamente en ese desentendimiento del glamour tradicional donde reside el aliciente de Kate, cuya única ortodoxia era tomarse los 'martinis' justos para no dar los buenos días a las once de la noche. Nadie la vio desnuda en el cine y acaso pocos la hayan visto desnuda en la intimidad. Es probable que me equivoque, pero yo creo que si Katharine Hepburn se hubiese muerto en extrañas circunstancias, por no romper el mito, el forense acordaría hacerle la autopsia a oscuras. Grace Kelly era bella y fría; Rita Hayworth, excitante y cálida. Con aquella inacabada sonrisa como de haberse encontrado en una fresa el hueso de una aceituna, Kate nos cautivó siempre con su inteligente sexualidad de entretiempo.