sábado, 21 de febrero de 2015

Viva el calcetín - Juan José Millás

Viva el calcetín - Juan José Millás

Ésta fue en tiempos una sociedad ahorradora. Aquí la gente guardaba para tener un colchón por si había que hacer frente a una desgracia; guardaba para pagar los estudios de los hijos; guardaba para costear el entierro; guardaba para la vejez? La gente arañaba de su sueldo unas pesetas que metía en el calcetín o en la caja de ahorros. Y lo hacía en tiempos durísimos, con salarios de hambre, porque había una cultura de la prudencia que comenzó a desaparecer con las ventas a plazos. La venta a plazos es, entre nosotros, una práctica relativamente nueva. Muchos todavía recordamos su aparición, que provocaba asombro y miedo a partes iguales. De súbito, podías comprarte ese aparato de radio con el que soñabas, esa bicicleta, esa moto, ese traje de los domingos, esa enciclopedia de cien tomos, esas obras completas de Shakespeare encuadernadas en piel? Por un lado parecía maravilloso; por otro, daba pánico. Empezar a comprar a plazos equivalía a probar una droga adictiva. ¿Quién sería capaz de pararnos? ¿Qué ocurriría si perdíamos el trabajo, si caíamos enfermos, si nos moríamos?

Ganó la venta a plazos. Significa que el crédito se puso de moda. Rechazar el crédito equivalía a desacreditarse. No obstante, la cultura del ahorro sobrevivió. Muchos de los ancianos que vemos ahora en los telediarios, a la puerta de las sucursales bancarias, exigiendo que les devuelvan lo robado con las preferentes, son los restos de esa forma de entender la vida. Se negaron al crédito y confiaron sus ahorros al banco o a la caja de ahorros que, como buitres, les sacaron los hígados. El problema, en fin, no es que se hayan ido al cuerno quienes creyendo en la cultura de la deuda se hipotecaron hasta la cejas. El problema es aquellos que guardaron lo han perdido todo porque no soportamos a los temperamentos ahorradores. Uno se acerca ahora al banco para que le guarden sus reservas y le cobran por ello. La alternativa al cobro son productos que llaman, por ejemplo, estructurados y con los que uno no tiene ni idea de los riesgos que corre, aunque deben de ser grandes, ya que el banquero no te garantiza nada. Es más, te obliga a firmar un papel en el que aseguras entender lo que te parece un galimatías. La economía financiera es una forma de apocalipsis cuya alternativa continúa siendo el calcetín.