martes, 10 de febrero de 2015

Hacer un griego - Ignacio Camacho

Hacer un griego - Ignacio Camacho

HASTA ahora se conocía por «hacer un griego» a cierta modalidad del catálogo prostibulario pero en el habla fresca y espasmódica de los jóvenes este sintagma palabra griega por cierto equivaldrá pronto a una variante de lo que vienen llamando un «simpa». Éste consistía en largarse de un bar o comercio sin abonar la factura, mientras la nueva usanza helénica consiste en rizar el rizo de no pagar y quedarse pidiendo más consumiciones por la cara. Al menos eso es lo que pretenden los syrizos en su chulería bizarra de salvapatrias con dinero ajeno: mantenerse en el club del euro sin intenciones de hacer frente a su deuda y con la mano tendida para recibir nuevos créditos. En el mercado convencional a cualquiera que intente algo así le ejecutan de inmediato un desahucio de manual pero la política tiene vericuetos complejos en los que las reglas se aplican de un modo elástico. Por ahora estamos en la fase de postureo, tensión aparente y danzas rituales de machos alfa; cuando empiece de verdad la negociación raro será que el tira y afloja termine con un embargo.
Tsipras y Varufakis no tienen un euro pero tienen un mapa. Su Gobierno juega con esas dos bazas: que su deuda es realmente impagable y que su país ocupa una delicada posición geoestratégica, incrustada entre los Balcanes y Turquía, demasiado cerca del tablero ucranio, demasiado sensible para abandonarla sin costes. La insolvencia les podría conducir a buscar socios poco recomendables y presionan con ese coqueteo. Syriza es un conglomerado de partidos de ultraizquierda que tienden a simpatizar con todo lo que huela a exsoviético. Su pulso no es contra los mercados financieros, que ya se fueron huyendo de sus bonos-chicharro, sino contra la UE de los Estados. Más que los memorandos de propuestas imposibles que han desplegado en las cancillerías, su mejor documento de convicción es un simple atlas de primer grado.
Pero si Europa cede hay un peligro cierto de implosión interna. La Unión ha perdido la cohesión política y sólo le queda la monetario-financiera. No puede abrir la mano en Grecia sin que los eurófobos de Le Pen extiendan la suya de inmediato. Y los demás miembros exigirían tarde o temprano la misma benevolencia; desde los socialcristianos de Italia a los conservadores de Portugalo de España, que se han comido tres años de ajustes muy ingratos. Merkel lo sabe. Lo que está en juego no es la austeridad ni el déficit sino el proyecto mismo de Europa. Su liderazgo.

La dialéctica va a ser larga. Habrá mucha cháchara mientras los ingenieros del monetarismo buscan fórmulas retóricas y mercantiles para mantener el statu quo sin una merma de prestigio que siente precedentes. Habrá «patada a seguir», como en el rugby, pero la intuición indica que vamos a palmar lo prestado y algo más. Y que ni aun así la Grecia del populismo descorbatado logrará evitar el descalabro. .