sábado, 1 de febrero de 2014

Planes para ayer - Jose Luis Alvite

Planes para ayer - Jose Luis Alvite



Como si se tratase de las secuelas de una cena que me hubiese sentado mal, últimamente me suben a la boca con frecuencia los insistentes sinsabores que me recuerdan los más amargos acontecimientos de mi pasado. Es como si hubiese recuperado de repente la lucidez que me faltó cuando la necesitaba para no haberme equivocado tanto. A veces uno se detiene en el transcurso de su vida y mientras recupera el resuello se da cuenta de que lo alcanza el oleaje de su estela. A ese reencuentro emocional y culposo con el pasado se le suele llamar remordimiento.
¿Qué hacer ahora con esa angustiosa acumulación de cuentas pendientes? He recurrido muchas veces a la literatura para evadir mis responsabilidades y convertir en simples frases las heridas, pero cuando por el cansancio aminoras la marcha y metes los pies en agua con sal, resulta que se te echan encima las culpas que creías superadas y los remordimientos que estabas seguro de haber estilizado en golosa e indolora belleza. También a mi me hicieron daño muchas de las personas a las que luego les clavé con la pluma la mano y sin embargo no sé de un solo caso en el que alguien haya desandado sus emociones para disculparse conmigo. Algunas amigas mías perfumaron con el tiempo sus modales, pero no tendrían que haber olvidado que no fueron en absoluto mejores que yo. Si hiciesen algo de memoria, maldita sea, recordarían aquellas lisérgicas noches amorales, siempre en el filo entre la lujuria y la locura, cuando cualquier cosa que comiésemos con las manos nos sabía sin remedio a pescado.

Anoche mismo me confesé con mi amiga Adriana Fernández Lagoa y le dije que aunque mi vida estaba plagada de errores, a muchas de aquellas amigas de los buenos tiempos tendría que haberles vomitado en la boca mientras las besaba en sus putas camas. Al marido de alguna de las que luego me crucificaron tendría que haberle enviado por correo certificado las bragas de su mujer rubricadas con una versión fluorescente de mi autógrafo.

Los seres humanos somos todos muy parecidos; y expuestos a las mismas circunstancias, por lo general con el tiempo acabamos por rascarnos todos en los mismos sitios. Jamás ocultaré mis errores, que los he tenido por docenas, ni espero que nadie me devuelva en incienso las jodidas mordeduras con las que me pagó a hurtadillas por la espalda. Solo deseo que ya que mi pasado me devuelve ahora a la boca las ácidas ingles de ayer, me traiga al mismo tiempo sus flores. No esquivaré los angustiados gritos de erizo que me pega en la puta cabeza mi conciencia, te juro que no, vieja amiga, pero no estaría de más que si hemos de zanjar lo que compartimos en el pasado, tuvieses al menos la decencia de sacar tu agenda al mismo tiempo que saco yo la mía, desandar algunas páginas mojando los dedos en la fermentada saliva venérea de aquellos días y caer en la cuenta de que nadie hizo lo que no quiso hacer, de modo que si ahora mismo nuestras agendas se pusiesen de acuerdo y apalabrasen una cita para ayer, nos encontraríamos de nuevo tú y yo en aquel lugar en el que, ¿recuerdas, nena?, en aquel mismo lugar en el que al final de tanta humedad y tanta gimnasia incluso olía a marisco el jabón del baño.