miércoles, 5 de febrero de 2014

La limonada del mudo - Jose Luis Alvite

La limonada del mudo - Jose Luis Alvite



Por más que de niño me gustaba pensar que estaba a punto de fraguar como un cactus en mi garganta la voz de Frank Sinatra, la verdad es que todo se quedó en unos malditos ganglios que parecían tornillos de goma arábiga. Nunca se me ha dado bien cantar. El director del coro de la Marina le agradeció a los otros marineros su colaboración y en un aparte me dijo que estaba muy orgulloso de lo bien que a la Salve Marinera le había sentado mi prudente silencio.

De niño padecí mucho de la garganta. Mi madre me encomendó a San Blas pero lo único que consiguió fue que a San Blas empezase a fallarle la clientela. Con el tiempo mis dolencias mejoraron y mi voz fue normal hasta que empecé a joderla con la falta de descanso y el abuso del tabaco. Un día me di cuenta de que en cualquier granja porcina había cerdos con la voz más limpia que la mía. Hablaba como si arrastrase muebles por un piso de terrazo. Me preocupé, temeroso de que la progresiva ronquera me dejase sin voz para siempre. ¿Y si me aparecía un pólipo y por culpa de un mal cirujano se me quedase para siempre una voz como la de Gracita Morales? ¿Se reduciría mi futuro a doblar el claxon de los coches en los dibujos animados? Salvo que estrenase zapatos y acabase de cepillarme los dientes, mi voz era lo mejor que podía ofrecerles a las chicas. En una ocasión en la que llevaba tres días sin ir a cama entré en un local muy concurrido y había tanto ruido y mi voz era tan escasa que pedí una cerveza y me sirvieron una limonada. El barman le dijo al camarero que la maldita limonada era para "el señor mudo que hay al fondo de la barra".

En un momento dado pensé en dejar el tabaco para salvar la voz. En mi garganta había noches en las que sólo se entendían las putas flemas de fumar. Fue en ese instante de mi vida cuando apareció en escena Carlos Herrera, me citó para una entrevista en Radio Nacional de España y me dijo que era la voz que estaba buscando para leer ante el micrófono las cosas que yo escribía entonces en la contraportada de "Diario 16". Aquello supuso un cambio sustancial en mi carrera periodística pero me vi obligado a insistir en la mala vida aunque sólo fuese para que mi voz no mejorase. Por extraño que me pareciese, lo cierto era que cualquier mejoría podría echar a perder mi trabajo al lado de Carlos Herrera. Pensé entonces que limpiar mi garganta habría sido una imprudencia semejante a la que sería que Frank Sinatra desmintiese su magnífica mala reputación. Era la primera vez que la mala vida me resultaba útil y podía trasnochar como si lo hiciese casi por prescripción facultativa.

Ahora mi voz ya no tiene remedio y la verdad es que eso es algo que no me preocupa en absoluto, aunque cada vez que pido una copa en un bar con mucha gente y exceso de ruido el barman en vez de servirme un gin tonic me trae la factura de la mitad de los clientes. Eso es lo único que de verdad me preocupa: que a la hora de saldar las cuentas, a mi voz por desgracia nunca se le quedan afónicas las manos. Pero tampoco eso importa. A las mujeres les gusta mi voz incluso antes de que rompa a hablar. Me dijo de madrugada una fulana ronca en un garito: "Dudo que tú y yo pudiésemos ser un matrimonio bien avenido, cielo, pero creo que nos iría bien fundando un orfeón". No dije nada. Salí a la calle, arranqué el coche y regresé a la ciudad con la sensación de que el diésel del motor imitaba sin puta gracia la voz cansada de un tipo que de niño soñaba con que el día menos pensado croase Dios en su garganta.