viernes, 21 de junio de 2013

Sombrero de paja - José Luis Alvite

Sombrero de paja - José Luis Alvite

En sus labios aprendí de oídas a leer, compartimos de niños los libros y la ropa, estuvimos mucho tiempo en las mismas fotos y me gustaba sentarme a su lado en el muelle de Cambados porque mi hermano miraba el horizonte con una mezcla de ansia y resignación, como si el tiempo que estaba por venir fuese apremiante y al mismo tiempo innecesario, igual que un buey tirado por caballos. Tenía los ojos muy vivos y muy azules, tan limpios y tan traslúcidos que eran como esa poca agua en la que incluso hace pie la lluvia.
Sabía tocar la guitarra y dibujaba a tinta china unas mujeres con los ojos velados por una indiscreta ceguera como de vidrio, con un portal en el vientre, y en el portal, un mendigo con el esqueleto amarillo de un niño cenando hambre azul en su regazo. Una tarde se cayó al mar vestido al bordear la escollera del muelle y salió a flote sin reloj y sin zapatos. Fue aquella la primera vez que temí que se acabasen para siempre las fotos a su lado, el ábaco de la música presintiendo el tiempo en su guitarra y aquellas tardes de verano en las que nos sentábamos en la bajamar de Tragove y mirábamos como bogaba en su dorna un marinero a merced del cansancio, en un matorral de espuma. Me había dicho mi hermano que al retirarse la marea bajo el sol de agosto, con el agua seca y ardida podríamos hacernos un sombrero de paja.
Tendría que recordárselo cuando murió, pero me pareció tan pensativo que no me atreví a distraerlo. Mi hermano sabía tantas cosas que al ver su cadáver algo me dijo en mi interior que en realidad no era aquella la primera vez que se moría. Y si hoy le recuerdo aquí es porque cuando murió estaba yo tan ocupado en acabar aquel bendito sombrero de paja, que mis estúpidas manos no tuvieron entonces tiempo para las flores.