domingo, 10 de marzo de 2013

Una historia con apetito en tres idiomas - José Luis Alvite

Una historia con apetito en tres idiomas  - José Luis Alvite

Por matar la curiosidad, cené en un restaurante mexicano. La carta no era muy variada. Lo distinto en cada plato era la cantidad de picante. Dos cucharaditas de aquella salsa roja podrían haber perforado el plato, la mesa y un carro de combate M1-Abrahms. Creo que lo del Calvario fue una pérdida de tiempo y un derroche escénico con exceso de figurantes. A Cristo podrían habérselo cargado en una despedida de soltero con enchilada y frijoles. En ese restaurante incluso me pareció que escocía el agua. Mediado el primer plato había perdido las tres cuartas parte de la voz, así que el postre lo pedí por señas. Luego vino un café con canela. Entonces llamé a la camarera, pedí la cuenta y le hice jurarme que al papel del retrete no le habían puesto tabasco. El tequila, ni lo probé. Le dije a la chavala del comedor que para la traqueotomía me inspiraba más confianza la Seguridad Social. George Bush se daría con un canto en los dientes si le hubiese pillado a Sadam Hussein el menú del restaurante mexicano. Una comida así tendrían que servirla con lanzallamas. 

Se necesita menos valentía para comer en un restaurante chino. Todo en esa cocina es blando e invertebrado. La primera vez que cené en un chino, enseguida comprendí que estaba ante una cultura sensual y abstracta que culminaba en una cocina evanescente en cuya carta lo más sólido era el precio. La verdad es que no soy un gran comedor. Otro en mi lugar sólo saciaría el hambre si como remate se comiese la cuenta y los palillos. Los chinos son un montón de cosas delgadas. Incluso es minucioso su cine, aunque resulta superpoblado. Una película sabes que es china porque tardas diez minutos en leer los títulos de crédito, que son abundantes y variados como esa exótica cocina en la que el pato se sabe que es pato porque te lo dicen y el tiburón es aquella flácida gelatina impropia de un pez fiero e imprevisible que inspira películas de terror. En la cocina china todo es postre, menos la factura, que viene en tu idioma y es lo único que no necesita diccionario ni palillos. 

A la gente le gusta probar la comida de los sitios que visita. Es lo turísticamente correcto. Personalmente no estoy por la labor. Me considero un clásico de la gastronomía. Cuando se me acerca el camarero no dejo margen para el error: "A ella, pechuga de agua. A mí, caballero, me sirve usted cualquier cosa que tenga hombros y perjudique la reputación. Y en cuanto al postre, algo que irrite el colon. La factura, por favor, deshuesada". 

Me gusta la comida tradicional. Ya sabes, cosas que manchan la camisa. En Galicia se sirve un demográfico cocido de cerdo y ternera, chorizos, grelos, garbanzos y patatas, algo carnal que constituya al mismo tiempo gula y adulterio.