miércoles, 20 de marzo de 2013

Noche con gabardina - José Luis Alvite

Noche con gabardina - José Luis Alvite

Apoyado en la barra del bar, un tipo bien trajeado tomaba notas de madrugada en un cuaderno. «Un día perderé la memoria –me dijo– y con estas notas podré reconstruir mi pasado. Tengo docenas de cuadernos como éste, escritos todos por mí. Anoto cada cosa por pequeña que parezca, incluso lo que pierdo de hacer por culpa de escribir en el cuaderno. Anotaré que esta noche estuve hablando contigo, aunque no sepa quien eres». Al otro lado de la barra del bar bebía con calma un tipo abrigado con una gabardina tan sucia que parecía recién salvada del fuego con un manguerazo de lodo. Yo estaba en medio de los dos. Sin mirarme siquiera, el tipo de la gabardina sucia se dirigió a mi: «¡Bobadas! Ese tipo del cuaderno sólo dice bobadas. Arrastra su vida en un cuaderno como si fuese un puto contable. Seguro que se corta el pelo en la pastelería. Fíjate en mi gabardina. Mi gabardina no miente. Es mi memoria y mi conciencia. No hay en ella una sola mancha que no produzca placer o insomnio. Mi gabardina pudre el jabón, amigo. La llevaba puesta cuando rompí con mi chica y cuando maté a aquel tipo por el que discutimos. Hay más vida en esta jodida gabardina que en todos los cuadernos del puto contable». Le dio un trago a la copa y levantó la voz: «Eh, tú, el de las libretitas! Te diré algo: La autopsia de mi gabardina diría más de la vida de un hombre que todas esas mariconadas que anotas con tu jodida letra de sastre. Esta gabardina ladraría al plancharla. ¿Me escuchas, señor contable? ¿Cómo es que te has alejado tanto de la oficina, colega? Tienes una letra demasiado buena para haber llevado una vida interesante. La vida de verdad es ciega y escribe con manchas». «Tengamos la noche en paz», intervino el barman. «Tranquilo, patrón. No mancharía de fresa mi jodida gabardina».
No esperéis el final sorprendente de algo que no dio tanto de sí. A veces en el bar no ocurría por la noche nada interesante si es que no se atascaba un disco o alguien tiraba de la cisterna del retrete. El tipo bien trajeado siguió arrastrando la minuciosa bitácora de su vida con sus anotaciones en el cuaderno y el fulano de la gabardina sucia entró en esa calma reflexiva que sería sensatez si no fuese porque era cansancio. Escaleras arriba se escuchaba la lluvia deambulando descalza en la marquesina del bar. «Mi jornada se acaba aquí –dijo el tipo trajeado– así que cierro mi libreta y mañana será otro día. Se me olvidó anotar que a la lubina de mediodía le faltaba sal, pero lo apuntaré en casa. ¿Qué se debe?». «Nada, no se debe nada –respondió el tipo de la gabardina–. En el 80 maté a un tipo con un traje como ése y estoy en deuda con quienes se parezcan a él. Pagar tus antibióticas copas de contable tranquilizará a mi conciencia. No digas nada y arranca». El tipo de la libreta se largó con sus flácidas pisadas de baba y el barman dejó la cuenta al alcance del otro. «¿Hemos bebido 200 euros? No llevo tanto encima (rebuscó en los bolsillos). Sólo esto: dos monedas antiguas de Hungría, un palillo con sangre y la foto de mi chica de entonces. Supongo –miró al barman–... quiero suponer que tendrá el agradable gesto de no cobrar antes de que tenga yo el arranque furioso de no pagar –me miró–. ¿Qué opina el caballero?». «Yo devolvería esa foto al bolsillo. Una chica así es demasiado dinero». «Sí, lo es», apoyó el barman. Entonces el tipo se quitó la gabardina y la dejó desgarbada sobre la barra. «Cuídela, patrón. Y no la lleve a limpiar. Por 200 cochinos euros tiene usted un best-seller de 500 páginas. El pañuelo ensangrentado en el bolsillo sólo es el prólogo»...