miércoles, 20 de marzo de 2013

El fin de los Pujol - Salvador Sostres


El fin de los Pujol - Salvador Sostres


Después de tantas lecciones políticas y morales, después de tantas indicaciones que los Pujol nos han dado sobre cómo ser unos buenos catalanes y unos meritorios patriotas; después de tanto exigirnos rigor y virtud, militancia y confianza ciega, después de tanto cinismo y de tanta farsa, Oriol Pujol Ferrusola ha acabado imputado por tráfico de influencias.
Su hermano Oleguer tenía como mínimo tres millones de euros en el extranjero, los que declaró en la amnistía fiscal a la que se acogió. Otro hermano, Josep, regularizó dos millones pero falta saber a qué conclusiones llega el ministro del Interior, que dijo el otro día en el Congreso que está investigando si el segundo hijo del ex presidente de la Generalitat cobró la venta de su empresa Europraxis a través de empresas extranjeras. Las fechorías del hijo mayor, Jordi, aprovechándose del cargo de su padre, las conoce todo Barcelona.
Si los Pujol no hubieran sido tan arrogantes, tan pedantes; si los Pujol, especialmente el padre, no nos hubieran perdonado tanto la vida, no nos hubieran intentado explicar tantas veces lo que está bien y lo que está mal, lo que es decente y lo que es grosero, tal vez ahora no haría falta ser tan duro con ellos. Pero lo que han hecho los Pujol contra Cataluña es tan grave judicial como moralmente, y merecen no sólo que caiga sobre ellos todo el peso de la Justicia, sino nuestro más absoluto reproche y desprecio.
La trama que Oriol Pujol pretendía montar, y por la que ha sido imputado, demuestra, además de su falta de honradez, su falta de inteligencia. Su calculada renuncia continúa en la línea del cinismo de su familia. Ha renunciado a sus cargos en Convergència pero no dimitirá como diputado, de modo que continuará cobrando un sueldo público. Es en general discutible si un imputado tiene o no que dimitir. Pero no en el caso concreto de Oriol Pujol, que fue el encargado de comunicarles a Lluís Prenafeta y a Macià Alavedra que les suspendían su militancia en el partido cuando Baltasar Garzón les detuvo del modo más arbitrario e injusto. De hecho, no sólo no han sido juzgados todavía, sino que lo más probable es que su caso sea archivado.
La meticulosidad con que Oriol Pujol cortó cuellos ajenos contrasta de un modo escandaloso con lo indulgente que ha sido consigo mismo, y demuestra una vez más que los Pujol consideran que la ética son aquellas normas que tienen que cumplir los demás para que ellos puedan hacer (y cobrar) lo que les dé la gana.
He comido dos veces con Oriol Pujol. La primera vez me prometí que nunca más lo haría y después de la segunda cumplí mi promesa. Es un político insignificante de conversación aburrida e indocumentada. En el segundo almuerzo pedí sólo un plato y aun así se me hizo eterno. Si no fuera hijo de su padre nunca habría llegado a nada ni habría sido nadie.
Lo que él pierde teniendo que retirarse de la política lo gana la política y lo gana Cataluña. Con Oriol liquidado, los Pujol, desprestigiados y ya sin ningún poder, han sido extirpados de la vida pública catalana. El negocio les ha salido redondo durante estos años. Nunca sabremos todo lo que se han llevado.