viernes, 29 de agosto de 2014

Las reglas de las mareas - Ánxel Vence

Las reglas de las mareas - Ánxel Vence
Una toxina de lo más natural, aunque de enojosos efectos sobre el intestino, está forzando desde hace algunos días el cierre de la mayoría de los polígonos mejilloneros de Galicia. Se trata de uno de esos habituales si bien inoportunos períodos de "marea roja" con los que la mar -que es una señora, como bien saben los marineros-, se purga y regula sus ciclos en determinadas épocas del año.
La purga del mar, como la llaman los vecinos de la costa de este reino, ha dejado fuera de combate a la mayor parte de las bateas: esa pacífica Armada de 3.000 naves en las que se cría el mejillón. Y no solo eso, naturalmente. Bajo ellas se cultivaba también hace años el reputado tabaco con denominación de origen rubio de batea, que tanta fama dio a los contrabandistas gallegos en toda España y parte de Europa.
No habría novedad alguna en un suceso que se repite con periodicidad todos los años, de no ser porque las autoridades francesas atribuyeron al molusco de las rías la causa de setenta intoxicaciones en su país. Ningún análisis o prueba similar avala de momento la alerta sanitaria decretada por nuestros vecinos de arriba de los Pirineos: y, de hecho, Francia mantiene abiertas sus fronteras comerciales al mejillón de Galicia. Nada más lógico si se tiene en cuenta el estrecho control preventivo que aquí se ejerce sobre las bateas y la trazabilidad de sus productos.
Aun así, el mal ya está hecho, con el lógico daño a la imagen de los bivalvos en los que este reino es líder de Europa y acaso del mundo.
Estas desgracias que nos afligen periódicamente han de ser consecuencia de los muchos pecados en los que incurrimos los gallegos, gentes de tendencia impía que rinden devoción por igual a los vicios de la gula y la lujuria.
Obsérvese que los mejillones y otros bivalvos, ahora en cuarentena parcial, evocan exteriormente la forma del pubis o monte de Venus, diosa concupiscente de la que deriva -no por azar- el nombre de la venera cuya concha usan como símbolo los peregrinos a Santiago. Aquí la llamamos vieira, palabra que como se sabe es uno de los escasos vocablos -junto a las tradicionales "morriña" y "saudade"- que la lengua gallega ha exportado a la castellana. Y tampoco hará falta advertir que un mejillón abierto entre sus dos valvas es la viva imagen de cierto órgano femenino que el avisado lector imaginará sin grande esfuerzo.
Nada sexistas en estos asuntos de erotismo culinario, los gallegos solemos encontrar también curiosas similitudes con los atributos de la masculinidad en otras especies de marisco. Tal es, por ejemplo, el caso de los percebes, que en su variedad más apreciada -la de O Roncudo- reciben la significativa y enaltecedora denominación de origen: "carallo de home", en homenaje a su calibre.
Cae de cajón que tanta voluptuosidad no podía quedar sin penitencia. Si los placeres de la lujuria pueden tener como indeseado efecto secundario una enfermedad de Venus (venérea suena peor), también los de la gula se purgan a veces con desórdenes en la parte del vientre.
Sorprende, si acaso, que un fenómeno tan natural y recurrente como el de la marea roja desate tales alarmas en Francia. Los franceses, que gastan fama de ser gente lasciva y condescendiente con los vicios, debieran saber ya a estas alturas que la mar femenina de los marineros tiene también sus reglas para purgarse de impurezas. Y no hay por qué tomarla con el mejillón.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es