miércoles, 27 de agosto de 2014

Democracia real - Jose Luis Alvite

Democracia real - Jose Luis Alvite
Nada más producirse las manifestaciones promovidas a golpe de llamamiento improvisado por la organización "democracia real ya.es", destripadores mediáticos al servicio de los partidos mayoritarios se apresuraron a descalificar la iniciativa alegando unos que se trata de una burda promoción camuflada de la extrema izquierda, y otros, advirtiendo de que lo que salió a la calle no es otra cosa que un brote nostálgico y efímero de la Falange. En alguna tertulia radiofónica a los entregados participantes les faltó tiempo para dejar caer de manera sibilina la idea de que pudiera tratarse de un derroche poco preocupante del entusiasmo callejero de una juventud ociosa que en realidad desistirá de su objetivo desestabilizador tan pronto se nuble el cielo, refresque el tiempo y los disperse la lluvia. Yo por iniciativa propia me solidarizo con esos muchachos que arremeten contra el sistema, censuran la inutilidad manifiesta de la clase política y no ocultan su repugnancia por el imperio del dinero obre cualquier otro valor humanístico. Puede que se trate solo de unos pocos miles de ilusos soñadores con tiempo libre y sin empleo, pero conviene no perder de vista que es en la relativa edad de la inocencia, cada vez más tardía, cuando un hombre hace aquellas cosas tan hermosas que de otro modo le impedirían hacer la codicia, la conveniencia o la razón. Ni sé quienes son los promotores de esa lucha, ni me importa. No los descalificaré por su origen, sino por sus hechos. En una ocasión me fui a la costa de viaje, salí a mirar el paisaje, bajé el seguro de las puertas del coche y lo cerré con las llaves dentro. Intenté bajar la ventanilla para recuperar las llaves y no pude. Pensé en la posibilidad de romperla e iba a darle con una piedra justo en el momento en el que me saludó un delincuente al que conocía por mi condición de reportero de sucesos. Entonces le pedí de favor que abriese la puerta de mi coche, como si fuese a robarlo. Lo hizo en un santiamén y yo le quedé muy agradecido. Aceptó mi propina y se sintió pudoroso, legal y regenerado, tanto que yo creo que le pesó no tener a mano papel y lápiz para extenderme una factura con el IVA. Comprendí entonces que, según en qué circunstancias, un ladrón de coches puede convertirse en un respetable cerrajero. Cuento esto a propósito de la duda suscitada acerca de quienes puedan estar detrás de ese movimiento que proclama la necesidad incuestionable de regenerar la democracia española, a todas luces infectada de demagogia, nepotismo e indecencia, sin duda escasa de mecanismos para sanearse a si misma sin que alguien desde la calle, desde el dichoso pueblo, le meta mano. Puede que lo que promueven esos miles de muchachos sea solo uno más entre tantos y tan decepcionantes movimientos asamblearios surgidos en España y ahora reeditados con una mezcla de senderismo, idealismo y nostalgia. Me da lo mismo. Cualquier noticia de que algo se mueve en la sociedad española es bienvenida en un momento en el que la situación es tan dramática como la de la muchacha que ha caído al agua y para no morir ahogada acepta que la salve el tipo que está segura que a continuación se propasará con ella. Hemos llegado en la vida pública española a una situación tan lamentable, que el miedo a equivocarnos por luchar alguna vez por la regeneración de la democracia no nos libraría jamás del remordimiento por no haberlo intentado nunca. A mi el estallido de ese movimiento no me sorprende en absoluto. Es posible que alguien convierta la iniciativa en correa de transmisión de fuerzas ocultas tan reprobables como las que esos muchachos pretenden debilitar. Tampoco eso me importa demasiado ahora. Con un 20 por ciento de parados, la gente encarcelada por la pobreza en la calle y el desempleo juvenil más elevado de Europa, no estamos en condiciones de esperar a que nos saque del agua la Providencia. Incluso los creyentes saben que cuando se padece una enfermedad muy grave, Dios es más eficaz si en el tratamiento le echan una mano el oncólogo y esa chica tan masculina que despacha subempleada en la farmacia de guardia.