miércoles, 29 de enero de 2014

Leche peliroja - José Luis Alvite

Leche peliroja - José Luis Alvite

Mientras hablábamos sobre la problemática fidelidad de los hombres a sus parejas, me dijo de madrugada una fulana en un garito: "Estuve casada con un hombre decente que pasaba en casa más tiempo que el suelo. Lo dejé por un tipo de dudosa reputación que paga nuestras copas con sus papeletas de empeño. Mi madre me dijo que mi marido no me había dado un motivo para que lo abandonase. ¡Esa es la cuestión, cielo! ¿Acaso crees que lo habría dejado si tuviese algún motivo para hacerlo?". A las feministas radicales estas cosas les gustan poco porque creen que comprometen la integridad moral de las mujeres y las subestiman. Yo les diría que la vida es la que es y que también los hombres se dejan arrastrar por mujeres que les plantean continuos problemas hasta que los despluman por completo media hora antes de abandonarlos con un par de calzoncillos sucios en la consigna de cualquier estación de autobuses. No hay muchas diferencias entre ellas y nosotros. La tentación está ahí para todos. En una conversación sincera sostenida ayer sobre este mismo asunto con una amiga, no me importó reconocer que con mucha frecuencia las mujeres que en un momento dado nos hacen felices a los hombres suelen ser las mismas que, por lo general, nos destrozan la vida. No hace falta recurrir a la Phyllis Dietrichson de "Perdición" para identificar cerca de nosotros a la mujer barbitúrica y fatal que te alegra la existencia al mismo tiempo que pudre tu vida. Cuando ella es la chica buena y él es el tipo perverso, el efecto es el mismo, y el resultado, idéntico. La perversidad atrae a todo el mundo por igual y solo es cuestión de liquidez que te dejes ir o te conformes con la desgracia de ser su frustrado espectador. El tipo duro no es necesariamente un hombre sin sentimientos, frío, implacable, a veces incluso cruel. Puede tratarse de un hombre amoral pero afable, rudo y cariñoso a la vez, un tipo que con indisimulada emoción le regala a su chica las orquídeas que una hora más tarde le obligará a tragarse en medio de una trifulca. Yo no dudo que el hombre hogareño sea edificante y ejemplar. Sin duda lo es. Las mujeres se casan con esa clase de hombre. Luego vienen los desengaños porque ella se aburre de aquel tipo tan sensato y tan organizado y se busca la vida al lado del fulano del que tan mal le hablaron sus amigas. ¿Por qué ocurre eso? ¿Tanto atractivo tiene cierta clase de indecencia?¿Y tan difícil es sustraerse a ese encanto? Supongo que en ambas preguntas la repuesta ha de ser afirmativa. Muchas mujeres que en público lo niegan, en privado admiten sentirse tentadas por cierta desidia moral, seguramente porque la encuentran más excitante que la monótona y profiláctica decencia de sus vidas. Es fácil dejarse arrastrar por esa tentación, pero resulta más complicado el retorno. Pero de eso hablaremos mañana.
Todo el mundo sabe de alguien que lleva treinta años casado y asegura estar "tan enamorado como el primer día". Yo eso nunca lo he creído, sinceramente. Un tenista que lleve toda la vida ganando casi todos sus partidos y disfrutando en la cancha, lo más probable es que llegue un momento en el que se aburra de jugar y decida retirarse. Con el exceso de victorias, incluso al eterno ganador al final el laurel le produce urticaria. No creo que haya muchas razones para creer que la vida en pareja suscita más lealtad que la práctica del tenis. Nadie olvida su primer beso, a veces ni siquiera los dos centenares que le siguen en la misma boca, pero, ¡demonios!, al cabo de un tiempo lo que era placer se convierte en rutina y donde encontrábamos antes un aliciente para seguir, nos tropezamos ahora con esos restos de comida que casi sin darnos cuenta nos joden el aliento al mismo tiempo que nos pudren el amor. Con la convivencia se gana en confianza lo que se pierde en delicadeza, de modo que al final uno echa de menos los momentos iniciales de la relación, aquellos días de torpeza y pudor en los que acostarte con tu chica te parecía le comienzo de un fascinante descubrimiento que no acabaría nunca de completarse. Como me dijo de madrugada una fulana en un garito, "siempre resulta agradable cenar con el hombre que te gusta y darte cuenta de que eres tú quien da todo el rato vueltas en su cabeza. Lo malo viene cuando por quedarte mucho tiempo a su lado descubres que después de la maravillosa cena con velas viene sin remedio el jodido tufo de la defecación. No hay un solo dios al que no puedas imaginar sentado en el retrete". Como cualquier otro mito, el del amor eterno se resiente con facilidad tan pronto alguien cae en cuenta de que nada era tan maravilloso como suponía, ni tan inamovible, y descubre que por muy barata que sea, siempre resulta más tentadora la ropa interior que la vecina pone a secar en su tendal. Todos sabemos del caso de los recién divorciados que de regreso de firmar el acta judicial que disuelve su vínculo, lo celebran por todo lo alto compartiendo por última vez la cama. Muchas mujeres casadas descubren con motivo de su fracaso matrimonial que lo verdaderamente apasionante no es ser la esposa, sino ser "la otra". Un amigo mío que lleva dos años divorciado se ve ahora regularmente con su ex esposa y asegura que son felices. Dice que el matrimonio funciona mejor cuando su destrucción convierte a cada miembro de la pareja en una novedad. "Mi ex mujer me adora desde que descubrió que lo nuestro es hasta cierto punto inmoral", me dijo. No hubo mucho que discutir sobre eso. Yo estuve de acuerdo al instante. Aunque nos cueste reconocerlo, a los hombres en el fondo nos encantaría la surrealista posibilidad de que nuestra mujer fuese al mismo tiempo la esposa de otro hombre. Acostarse con una mujer casada tiene siempre el encanto añadido de vaciarle la nevera a su marido. Era de la misma opinión la mujer con la que no hace mucho me tomé de madrugada unas copas en "El Corzo": "La prolongada vida en pareja destruye cualquier emoción por fuerte que sea. El sexo pierde valor si deja de ser un pecado, un delito o un vicio. Auque te hayas casado con la persona más maravillosa del mundo, cariño, al final descubres que un hombre que vuelve a deshora a casa tiene más perdón que aquel otro que tarda demasiado en salir de ella". ¿Exaltación del hombre malo? ¿Apología del canalla? Sin duda, lo es. Es evidente que a las mujeres el director del banco les tienta menos que el tipo amoral y calavera que atraca la sucursal a cara descubierta y le guiña sin disimulo el ojo a la cajera. Esto otro me lo dijo otra madrugada la misma fulana de la que hablé antes: "Es importante que tu marido conserve en cierto modo el misterioso encanto de un extraño, como si te acostases con alguien que no es él. Te aseguro que el matrimonio sería una institución mas sólida si además de producirte placer, te causase remordimiento".