jueves, 21 de noviembre de 2013

El misterio de Asunta - Fernando Ónega

El misterio de Asunta - Fernando Ónega
Hace unas semanas me preguntaron en Tele 5 (Abre tus ojos y mira) por qué el crimen de Asunta despertaba tanto interés mediático. Alegué tres razones: porque los presuntos autores podían ser sus propios padres, porque esos padres eran «de los nuestros» -gente normal, no una familia desestructurada- y porque resultaba incomprensible que dos padres se pusieran de acuerdo para el asesinato de su hija. Al mismo tiempo, se produjo un fenómeno frecuente: la información se alimentó a sí misma, un rumor tiró del otro, en las televisiones elevamos el suceso a categoría de crimen del siglo y una serie de filtraciones más o menos ciertas, más o menos falsas, cargaron las baterías de las tertulias. Soy testigo y víctima del proceso.
Ahora, al levantarse el secreto del sumario, entramos en una fase que a algunos nos hizo exclamar desde la pantalla: oigan, que ni Rosario Porto no Alfonso Basterra están juzgados. Ayer por la tarde, las ediciones digitales de los periódicos eran de una contundencia asombrosa al afirmar en sus titulares que Alfonso había sedado a la niña y Rosario la había matado, sin un matiz para destacar que se trataba de una acusación y sin el cuidado de advertir que se trata de un sumario, no de una sentencia. Creo que nos espera un largo juicio paralelo en los medios de comunicación.
Este cronista se limita a expresar hoy dos extrañezas. La primera, la torpeza de los acusados. No se entiende por qué, después de probar durante meses los efectos del Orfidal, Rosario y Alfonso fueron incapaces de elaborar una coartada para el momento crucial y cayeron en explicaciones tan burdas, que los proclamaron sospechosos desde el minuto uno. Es todo tan extraño y en apariencia tan ingenuo, que a veces hace dudar de la autoría de ambos o de alguno de ellos. Hace falta la serenidad de criterio del juez Vázquez Taín y de los investigadores de la Guardia Civil para superar esas contradicciones y combinar todas las piezas para encajar el puzle. Si Vázquez Taín ha conseguido encajarlas, me fío tanto de su trabajo que doy por buena la investigación y aparco las dudas hasta el juicio oral, menos una: la del porqué del crimen.

Sabemos que hay casos de un padre o una madre que mata a un hijo. Pero nos cuesta admitir que lo hagan ambos, de mutuo acuerdo, tras una larga conspiración homicida y con una estrategia calculada y ensayada. ¿Qué ha pasado por su cabeza, qué miedo tenían para pasar de una hija muy deseada a su homicidio? Ninguna de las teorías esbozadas hasta ahora, desde los celos hasta el cambio de modelo de vida, resultan convincentes. Si los padres fueron los asesinos, tiene que haber una causa mayor. Ese es y me temo que será siempre el enigma de Asunta.