sábado, 9 de noviembre de 2013

El baile de los ex - Fernando Ónega

El baile de los ex - Fernando Ónega
Eso de escribir libros tiene su servidumbre. El autor renuncia a su propia agenda, deja que se la organice la editorial y produce escenas llenas de ternura. Por ejemplo, ver a todo un expresidente del Gobierno haciendo gira por las emisoras como un cantante, poniendo buena cara para caer simpático, o firmando ejemplares en un centro comercial como un artista. Ahí se demuestra lo que manda el mercado: a efectos de representación, los expresidentes tienen seguridad del Estado, servicio de asistencia personal pagado con fondos públicos y lugar solemne en el protocolo. Pero en cuanto se trata de vender un producto se convierten en profesionales de la venta y hasta tienen el detalle de hablar con los mortales. Sobre todo si son periodistas que les hacen propaganda gratis. El negocio es el negocio.
Ahora los lanzados a vender su producción han sido Felipe González y Aznar, que no sé cuál ha contraprogramado al otro, pero se ponen a competir a ver quién vende más. En pocos días Zapatero se sumará a esta procesión de la Santa Compaña literaria y las letras españolas habrán entrado en un nuevo y esperado siglo de oro. Las empresas editoras ya tienen descontadas las pérdidas. La vida política, en cambio, gana mucho en morbo e intensidad, porque tan respetados líderes y tan brillantes escribidores tienen que ganar titulares. ¿Y cómo los ganan? Pues exactamente como lo han hecho Felipe González y Aznar. El socialista, jorobándole la fiesta a Rubalcaba con su problema de liderazgo. Y el conservador, metiéndole el dedo en el ojo a Rajoy con el célebre «llueve mucho» que le dijo a Sonsoles Ónega en el Congreso.
¡Ay estos jarrones chinos! «Los pongas donde los pongas, molestan en todas partes», dijo González en su famosa definición. Sobre todo si hablan, añado yo. Si hablan, no es que molesten; incordian.
Por supuesto que tienen toda la libertad de expresar sus opiniones, con una sola condición: que sepan prever los efectos y medir la oportunidad de sus palabras. Si ellos no lo hacen, con toda la responsabilidad que se les supone, no nos lo pueden pedir a los demás. Y no lo hicieron, porque Felipe le puso una bomba a Rubalcaba en la conferencia política del PSOE y Aznar acentuó la imagen de cisma en la derecha española.
¿Y todo por ganar un titular para vender un par de ejemplares? Pues sí, señores; de lo contrario, ninguno de los dos habría hablado.

No son jarrones chinos. Son vendedores. Son líderes descabalgados que pretenden reinar después de morir. Son egocéntricos que piensan que las cosas que les pasan a Rajoy o a Rubalcaba nunca les pasarían a ellos. Son nostálgicos que creen que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sobre todo, si ese tiempo ha sido el suyo.