jueves, 21 de noviembre de 2013

Derroche de oscuridad - José Luis Alvite

Derroche de oscuridad - José Luis Alvite

En los buenos tiempos del Savoy coincidí en el club de Ernie con unos cuantos tipos que habían aprendido paciencia tocando Jazz en Kansas City. Al estilo «cool» de Lester Young, un tal Artie Calloway permaneció dos semanas en cartel tocando el saxo con una mezcla de providencia y cansancio. Una madrugada me dijo que el Jazz era el resultado de la mala vida y que en los años cuarenta en Kansas City cualquier músico sabía que con los ojos entornados y mientras suena «Fine and Mellow», se percibe «la impagable sensación de haber empezado a dar a ciegas los pasos contados que hay entre la desgana y la muerte». Artie Calloway llevaba años dilapidando el dinero y la vida en lo que él llamaba «un derroche de oscuridad». Sabía que tarde o temprano aquella manera de caer acabaría una mañana cualquiera, «tan pronto me decida a desayunar un balazo en la boca».Conocí en aquellos años a muchos tipos como Artie Calloway, todos ellos músicos espontáneos y criaturas terminales. Aparentaban cierta divertida inmoralidad. Sammy Granger me confesó sus desavenencias conyugales. Decía que «el matrimonio, en realidad, sólo sirve para tener quien te ayude a acomodarte en el féretro». Aquel tipo fumaba, bebía, y el olor de los naipes en sus manos resistía cualquier jabón de tocador. Vivía para el Jazz pero no descuidaba las faldas. Siempre se le conocieron malas compañías. Su mejor momento sentimental lo alcanzó con una tal Minnie, veinte anos más joven que él. Decía Sammy que la edad es lo de menos porque una mujer de treinta sólo tarda diez en cumplir cincuenta». Una noche me dijo: «Minnie es la clase de mujer que le conviene a un tipo como yo, ya sabes, la clase de hombre que compra un billete para el primer tren que haya partido». Según Sammy, Minnie era «una de esas mujeres limpias y amorales que tranquilizan su conciencia masturbándose con el cepillo de dientes». La última noche que actuó en el Savoy, al bueno de Artie Calloway le quedaba el aire justo para la mitad de una oración.