viernes, 7 de noviembre de 2014

España, subcampeona de la sisa - Ánxel Vence

España, subcampeona de la sisa - Ánxel Vence

Sabíamos ya que España es líder en la especialidad olímpica del robo a gran escala que suelen perpetrar políticos, jefes de cajas de ahorros, beneficiarios de tarjetas negras y gente así. Ahora se ha sabido que también en el ramo minorista del hurto los españoles ocupamos el segundo lugar de Europa y el quinto del mundo por nuestra habilidad a la hora de sisar cosas en los comercios.
Da fe de esta afición a cambiar las cosas de sitio -tan hispana como El Dioni-- una organización llamada Checkpoint Systems que elabora un Barómetro Mundial del Hurto. Hay barómetros para medirlo casi todo: y éste en concreto obedece al propósito de calcular la presión que ejercen los descuideros sobre las cajas registradoras de los comerciantes.
El resultado deja en excelente lugar a España. Los 2.574 millones de euros sustraídos al descuido en las tiendas durante la última temporada 2013-2014 la convierten en subcampeona de Europa de esta disciplina, solo superada en la clasificación por Finlandia. Si la comparación se hace a mayor escala, los españoles obtenemos un honroso quinto puesto en la liga mundial encabezada por México, si bien cumple advertir que la muestra se limita a solo veinticuatro países.
Tales datos podrían llevarnos a la tentación de pensar que el robo es un hábito socializado en este país que fue patria de Luis Candelas; pero quizá no convenga ir tan lejos. Poca comparación puede haber entre el atraco a manos llenas al que se han entregado los mandamases -ya fuesen políticos, tesoreros, extesoreros, parientes reales, alcaldes o príncipes de las finanzas-- y las sustracciones, de importe por lo general módico, perpetradas por una parte residual de la clientela en los comercios.
Dirán tal vez los más pesimistas que lo relevante no es tanto la cantidad que se roba como el hecho mismo de robar. De acuerdo con esta interpretación, la única diferencia entre un caco de postín y un simple descuidero de tienda residiría en que el primero tiene fácil acceso, por su cargo, a una caja llena de billetes. O a una tarjeta de dinero negro con la que pagarse de balde todos los vicios.
En Italia, nación latina y de parecida tradición en este aspecto, no faltan siquiera teóricos que establezcan similitudes entre los gobernantes y quienes los eligen. Sostiene esa aventurada opinión, entre otros, los politólogos Beppe Severgnini y Giuseppe de Rita, quienes afirmaron años atrás que el perfil del italiano medio se asemeja mucho al del entonces imbatible primer ministro Silvio Berlusconi. Coqueto, parlanchín, gesticulante y aficionado por igual al fútbol y las señoras, Il Cavaliere sería una imagen en la que, a modo de espejo, pudieran verse quizá reflejados sus conciudadanos y muchos de sus votantes.
De esto a sugerir que cada pueblo elige al gobierno que más se le parece hay tan solo un paso, aunque tal vez resulte exagerado darlo. En realidad, los españoles han escogido durante las tres últimas décadas a muy distintos gobernantes: y no hay razón alguna para pensar que lo hiciesen bajo la sospecha de que todos ellos se iban a dedicar al abordaje de los caudales públicos, el cohecho o la percepción de comisiones.
Alguna otra explicación habrá sin duda al dato algo perturbador de que, también por la parte de debajo de la escala, España sea subcampeona de Europa en la Liga del Hurto y la Sisa. Igual hay que cargar la culpa a la crisis.