lunes, 1 de diciembre de 2014

Ubi patria? - Fernando Sánchez Dragó

Ubi patria? - Fernando Sánchez Dragó

VIAJO MUCHO. Me avergüenza hacerlo con pasaporte español. ¿Por qué me lo imponen? ¿Por qué el despotismo de los políticos me impide renunciar a la nacionalidad del país en el que vine al mundo? ¿Por qué mi madre, que era hija de un francés, no me inscribió en el consulado de sus mayores por vía paterna? Era factible. ¿Cabe la posibilidad de que yo, setenta y ocho años después, lo intente ahora? Tengo una hija medio francesa, otra medio italiana, un hijo cuya madre -española de origen- se convirtió en sueca, otro hijo medio japonés y japonesa es mi esposa. ¿Podría esgrimir esos antecedentes para darme de baja en el Registro Civil de Caconia? ¿Por qué es prácticamente imposible acceder a la condición de apátrida? En 1982 envié un telegrama al Ministerio de Justicia reclamando ese status. Me dieron la callada por respuesta. Sirva esta columna para solicitarlo otra vez. «Nuestra ciudadanía no está condicionada por el lugar donde hemos nacido o en el que vivimos», maullaban los cuatro gatos que la víspera del 9-N refunfuñaron en Madrid y en el resto de Expaña contra la secesión de Cataluña. Estoy de acuerdo con ese eslogan, aunque yo diría identidad en vez de ciudadanía. No es agradable atravesar fronteras o inscribirse en la recepción de hoteles extranjeros tan a menudo como yo lo hago y tener la impresión -acaso paranoica y alentada por un sentimiento de culpa absurdo, pues yo no decidí nacer donde lo hice- de que se dan con el codo y esbozan una sonrisilla de conmiseración. Si no me siento español, ¿a santo de qué me constriñen a serlo? ¿No es eso un atropello? Ubi bene, ibi patria, decían en Roma. Yo soy mi patria. Los míos y lo mío son mi patria. Mi patria está en mis zapatos, está en los libros que he escrito y he leído, está en mis ojos, en mis oídos, en los países que he visitado, en las mujeres que amo, está -como creían los egipcios- en mis testículos... Sí. Mi patria son mis cojones, con perdón (o sin él), y pido a las autoridades del ramo -Justicia, Interior, qué sé yo- que no me los toquen más, que me reconozcan el derecho a ser quien soy y no quienes ellos dicen, que me devuelvan la plena posesión de mi identidad sin etiqueta alguna, que me permitan abjurar para siempre de este intratable pueblo de cabreros (Gil de Biedma), de esta España de charanga y pandereta (Machado), de esta pobre, sucia, triste, desdichada patria (Espriu), que desde hace mucho ya no siento como mía.