miércoles, 3 de diciembre de 2014

Hombres, pavos y viceversa - Carmen Rigalt

Hombres, pavos y viceversa - Carmen Rigalt

HUBO un tiempo en que de cada tres artículos que escribía, por lo menos uno iba sobre tíos. O sea, sobre hombres en general, pues no hay nada más universal que un hombre en particular. Uno recién salido de la ducha y secándose los huevos con el secador de pelo de su chica.
Hablo de antes. Ahora ni se me ocurre escribir sobre hombres. No es que hayan dejado de gustarme, no es eso. Pero también me gustan las lagartijas y los níscalos y sin embargo no les dedico artículos. Los tiempos han cambiado. Perdón: la que ha cambiado soy yo, que acumulo lustros sobre la chepa. La pereza domina ahora esa higiénica excitación que antes me movía a escribir. Los hombres como objeto de observación siguen interesándome, aunque las conclusiones ya las conozco de antemano. Los comportamientos típicamente masculinos han perdido visibilidad, de lo cual me alegro mucho. En cambio, la vanidad permanece inalterable. El machito que entraba en un bar haciendo ruiditos con las llaves del coche que lanzaba luego sobre la barra, es un elemento residual. Una reliquia del pasado. Donde antes había chulos ahora solo quedan vanidosos. La vanidad no es patrimonio de ninguna generación. También alcanza a los jóvenes. Lo curioso es que la vanidad no está dirigida a impresionar a ninguna mujer. Ellos se juntan entre sí para ahuecar las alas y darse pisto. Mis amigas saben que, cuando estoy con un grupo de hombres que dan en pavonearse porque se consideran finos escritores o grandes músicos, yo suelo entonar por lo bajo voces de gallinácea (cuoc, cuoc, cuoc) mientras me sacudo las plumas. Ellos no se dan cuenta de la vergüenza que producen. Ni siquiera son ejercicios de competitividad sino exhibición pura y dura.
El caso de las mujeres es bien diferente. No me atrevo a decir mucho de las mujeres porque desde dentro se pierde la perspectiva, pero juraría que somos más pudorosas y resistentes al empaque. Una mujer puede pecar de exceso de coquetería y acabar pareciendo tonta, pero la vanidad profunda es cosa de hombres. A ellos se les va la fuerza por la boca. Les da resultado mientras no coincidan con otros hombres que dicen saber tanto. En ese caso ambos se apoderan del discurso (chiste va, cita cultural viene) y ya no hay quien meta baza.

Nosotras somos más desconfiadas con las mujeres que no conocemos y apenas nos prestamos a esos juegos. Preferimos mantener el perfil bajo con temas de tanteo para dejarles a ellos el concierto del pavo.