miércoles, 3 de diciembre de 2014

Adiós al bolígrafo - Ánxel Vence

Adiós al bolígrafo - Ánxel Vence

Allá por Finlandia, avanzadilla mundial de la educación, el Gobierno ha decidido tirar cuadernos y bolígrafos por la ventana en el convencimiento de que la escritura a mano es un anacronismo. Dentro de un par de años, los chavales dejarán de aprender la rancia caligrafía para ser instruidos a cambio en el manejo de las teclas del ordenador, las de las pizarrillas electrónicas y -sobre todo- las del teléfono móvil.
Parece una medida revolucionaria, pero en realidad los finlandeses no hacen otra cosa que adaptarse a lo que está sucediendo en la práctica. Ya nadie -o casi nadie- escribe a pulso y pluma. Ni siquiera lo hacen los médicos, tiempo atrás famosos por su indescifrable caligrafía, que ahora ha convertido en innecesaria la moderna receta electrónica.
La decisión tomada con carácter pionero por las autoridades de Finlandia planteará, si acaso, algún problema con los maestros y profesores en general. No todos ellos han de ser expertos -ni aun principiantes- en el oficio de la mecanografía y menos aún en el manejo de los ordenadores. Quizá los finlandeses, que encabezan todas las clasificaciones educativas de PISA, sean una excepción al respecto; pero igual no ocurre lo mismo en otros países más rezagados en esa materia, tales que, un suponer, España. Nada de particular si se tiene en cuenta que todos los avances llegan aquí con años y hasta décadas de retraso.
Cuestiones de intendencia al margen, la desaparición de la escritura manual que acaban de establecer por decreto en Finlandia va a tener consecuencias para algunas profesiones. La extinción de los textos manuscritos hará que pierda su significado, por ejemplo, el trabajo de los peritos en grafología, a los que ni siquiera queda el recurso a autentificar las firmas, sustituidas por la huella digital. De los calígrafos que habían convertido en arte su labor ya ni hablamos, claro está.
El de la escritura a bolígrafo o lápiz no es, en todo caso, el único hábito que va a quedar sepultado por la irrupción de las nuevas tecnologías. La revolución en marcha es de tal calibre que ni siquiera el dinero al que Quevedo dedicó una sentida oda va a mantener por mucho tiempo su usual presentación en forma de billetes y monedas.
Más pronto que tarde, las aplicaciones de los telefonillos móviles permitirán el abono de cualquier compra sin más que darle a la tecla. El precio será exacto y no habrá vueltas para el comprador, lo que acaso se lleve también por delante las propinas: otra institución llamada a perecer junto al viejo sistema analógico al que estábamos acostumbrados.
Quedará a lo sumo el sexo practicado a mano como último bastión de resistencia frente a la invasión de los nuevos modos digitales; pero ni siquiera esto es seguro. De hecho, ya hay apps dedicadas a contar las calorías que se gastan durante el ejercicio físico: bien sea a la carrera, mediante el coito o por el último y más barato recurso a la masturbación. Una máquina productora de orgasmos como la que ideó Wilhelm Reich y llevó a la pantalla Woody Allen en "El dormilón" es solo cuestión de tiempo.
A mano, lo que se dice a mano, ya van quedando muy pocas cosas que hacer. Las fábricas de bolígrafos van camino de la quiebra tras la decisión adoptada por las autoridades de Finlandia: y pronto ocurrirá lo mismo con el pago de mercancías en efectivo. Solo es de esperar que las máquinas no acaben pensando por nosotros.