martes, 16 de julio de 2013

Frases a patadas - Jose Luis Alvite



Frases a patadas - Jose Luis Alvite

Es cierto que durante muchos años, hasta superar la adolescencia, fui fiel a la idea de que, además de tener relación con lo que come o con lo que le enseñaron sus maestros y sus padres, la personalidad de un hombre está incompleta sin la influencia de los libros que haya leído. Aun reconociendo que fui un lector arbitrario y discontinuo, sin otro criterio que la simple curiosidad, creo haber asimilado bien los libros que en aquellos momentos cayeron en mis manos, aunque reconozco que fueron muy pocos los que leí completos. La ansiedad en mi relación discontinua y precaria con las mujeres tiene un cierto precedente en la facilidad con la que me cansaba de un libro y me volcaba en el siguiente, del que, por supuesto, desistía al cabo de haber leído unas pocas páginas. Con el paso de los años me he dado cuenta de que siento por las lecturas incompletas la misma nostalgia que me dejaron para siempre los amores inacabados. Soportaba mal de adolescente las novelas de muchas páginas y cuando me hice mayor me di cuenta de que también se me hacían arduas las relaciones de mucho tiempo, así que la nostalgia editorial se empareja en mi carácter con un cierto remordimiento sentimental. En un caso y en el otro supuse que volcarse en una emoción solo sirve para perderse otras muchas sensaciones. Hay sentimientos que adquiridos en la vida resultan más excitantes y más duraderos que aquellos otros que percibimos de manera pasiva con la lectura de los libros. Yo he supuesto siempre que el valor de la vida lo percibe con más nitidez quien se enfrasca hasta el cuello en ella, igual que la importancia de la anestesia la ve con más claridad la persona que sufre un terrible dolor. A veces el tiempo que dedicamos a leer es el que tendríamos que haber empleado en adquirir esos mismos conocimientos por la vía de la experiencia, como hacen los pájaros, que trinan sin necesidad de haber estudiado canto, o los gallos, que nos despiertan con sorprendente regularidad a pesar de no tener conocimiento alguno de relojería. Un tipo que carecía del más rudimentario conocimiento de las ciencias físicas me dijo una madrugada que lo que cuenta al cambiar de piso los enseres no es la densidad de la mercancía, ni el peso molecular de cada objeto, sino la voz aguda de la suegra y el cansancio de quien descarga el camión de la mudanza. Y fue el rudo Pepe Bahana, mi mentor en el submundo de la noche, quien me lo aclaró de una vez por todas: "Llevo muchos años en este oficio y sé como ser eficaz en el trato con la gente que se pone rebelde. A ciertas horas, y en sitios como este, muchacho, sirve de muy poco lo que hayas aprendido en los libros y hasta te diría que por tu bien es recomendable que lo hayas olvidado. Porque te aseguro, amigo mío, que, por muy brillante que sea, no hay una sola frase que esos hijos de perra entiendan mejor que una simple patada en los huevos". No le faltaba razón a mi instructor nocturno. A veces lo determinante de un pensamiento no es la frase que te lo describe, sino el tamaño del pie que te lo inculca.