domingo, 11 de mayo de 2014

Destruidos y humillados - Jose Luis Alvite

Destruidos y humillados - Jose Luis Alvite
A veces me quejo de mi suerte y de los reveses que ha tenido mi existencia. No tendría que hacerlo. El cementerio está lleno de gente que no se merece haber ido a parar tan pronto bajo tierra. Por muy radiantes que sean sus aparejos, no hay sobre el agua un solo velero que no arrastre una ensalada de mierda en la quilla. Hay sepulcros de niños que se murieron antes de que se les rompiesen sus primeros juguetes. La miseria ha puesto en la calle a fulanos destruidos y humillados que a mi edad tienen quince años más que yo. ¿Cuales han sido mis desgracias? Las que le ocurren a todo el mundo y las que yo mismo me he buscado. Mis ideas ocupan en mi cabeza el lugar que en otras cabezas invade un puto tumor cerebral como el que acabó con mi hermano mayor cuando sólo tenía 36 años y sus tres hijos aun cabían sentados con la merienda en sus piernas. Yo he conseguido vivir de un oficio que me divierte y a veces me sorprendo de que me paguen por algo que en mi no tiene más mérito que el de mear. Mis amigas putas van a las ventanillas de los bancos a pagar los anuncios por palabras que ponen en los diarios con unos textos lacónicos y expresivos que en cualquier periódico vanguardista podrían ser presentadas como deliciosas y cotizadas columnas de opinión. Son ellas quienes tienen verdadera mala suerte por ejercer un oficio en el que cada vez que eructan en la cara de sus críos les huele a semen el aliento. La misma mala suerte que aquel tipo marginal que estaba arrimado a una pared bajo la lluvia de Compostela porque con el colocón de anfetaminas se había cagado por los pantalones y temía que al cruzar la calle le saliese la mierda por los zapatos. O el muchacho flaco y triste que una noche me esperó a la salida de "La Voz de Galicia" en la compostelana Rúa do Villar y me dijo: "¿Te importa abrazarme, Alvite. ¿Sabes?, es Navidad y no tengo quien lo haga". ¿Mala suerte, la mía?¡Bobadas! Incluso conocí aun tipo al que los ácidos del hambre le había podrido las muelas. He sufrido las fatalidades que le sobrevienen a cualquiera y a mayores sólo me han ocurrido las desgracias que yo mismo me he buscado con el mismo empeño que si se tratasen de un premio. Es cierto que en los peores momentos de mi vida sólo me sobraba el dinero que no tenía, pero la verdad es que me tranquilizaba saber que en alguna parte había en la oscuridad del arroyo tipos que se masturbaban para tener algo que llevarse a la boca. Por eso sé que no tengo derecho a quejarme. No he hecho grandes cosas en la vida pero sé de otros que ni siquiera están seguros de ser dueños del cadáver en el que los han de enterrar. Me lo dijo de madrugada una fulana colombiana en un garito: "Creí que tenía muy mala suerte por haberme metido a puta para comprarle a mis hijos los regalos de Navidad. Un día me di cuenta de que había tipos que se gastaban en cama conmigo el dinero de los regalos de sus hijos. Yo tenía que vivir, mis hijos tenían que comer y a aquel tipo no le cabía la frustración en la cabeza y necesitaba deshogarse. Entonces pensé que en el fondo todos éramos unos jodidos desgraciados, no porque no tuviésemos sentimientos, sino porque por Reyes siempre hay críos que caen en la cuenta de que si los Reyes no les traen los regalos que les piden en sus cartas, sólo es porque los cabrones de los Reyes no saben leer".