domingo, 11 de mayo de 2014

Demasiada cuerda - José Luis Alvite

Demasiada cuerda - José Luis Alvite
Un tipo al que conozco tuvo un enfado con su chica una noche que paseaban por un malecón asomado al mar. En un momento de crispación, y dando todo por perdido, ella amenazó con arrojarse al agua si él insistía en cortar la relación que los había unido durante casi tres años. Aunque la chica estaba fuera de sí y parecía decidida a cumplir su amenaza, él no perdió la calma. Le dijo: «Si eres tan valiente como para arrojarte al mar, no cuentes con que lo sea yo para salvarte. Te ruego que no saltes al agua. No elijas tan mal la ocasión para comprobar hasta qué punto soy cobarde. Espera a mañana a mediodía. Te aconsejo que saltes desde el malecón aprovechando que a esa hora está baja la marea». No, no era yo el tipo de la escena de aquella noche en el malecón asomado al mar. En mi caso el episodio habría ocurrido con los papeles invertidos y ella ni se molestaría en disuadirme de mi decisión de quitarme la vida saltando al mar. ¿Por qué crees, amigo mío, que he fallado tantas veces en la idea de suicidarme? Quise hacerlo y es cierto que estuve tentado de consumarlo, pero, ¡demonios!, siempre me frenó en seco la idea de que mi muerte jamás provocaría la conmoción que yo esperase conseguir, ni serviría en absoluto para que a ella le remordiese la consciencia el resto de sus días. Me he rodeado con frecuencia de mujeres preocupadas por el riesgo de que elija mal el suicidio y salpique su reputación o manche su ropa. Me dijo una: «Es tarde para que te suicides. Si de verdad vas a hacerlo, espera a haberme dejado antes en casa. Vivo lejos y si te matas ahora no tendré combinación de autobuses para llegar a mi hora». Agradecí su franqueza y, como es obvio, no me suicidé. Rompimos al poco tiempo sin apenas dolor. Aquello estaba en su agonía y habría sido una estupidez morir por conservarlo, tan estúpido como telefonearle a un cadáver. Nunca he sido muy valiente para salvar a nadie, ni tan decidido para quitarme la vida. Tengo arraigada desde niño la tentación del suicido, pero como no soy idiota, cada vez que me angustia la idea de ahorcarme busco desesperadamente un árbol que sea más bajo que yo. Alguien dirá que soy un cobarde. No importa. Es verdad que me faltan agallas para morir, pero yo siempre he preferido pensar que me sobra cuerda.