domingo, 11 de mayo de 2014

Con un cadáver de retraso - José Luis Alvite

Con un cadáver de retraso - José Luis Alvite
Fue hace unos cuantos años. Durante meses caminé por las calles de Compostela seguido muy a menudo a cierta distancia por un viejo vagabundo en cuya ropa duraba hasta agosto la lluvia del invierno. Como era un tipo mal encarado y se sabía poco de sus ideas, tomé la precaución de improvisar mi recorrido pensando en que me perdiese de vista. Al cabo de unas cuantas calles sin notar su presencia, una noche me detuve a fumar un cigarrillo delante de una funeraria. Entonces tres portales por detrás de mí asomó su cabeza el vagabundo y me dijo: «Pchsssss.... ¿Te importaría hacer esto de vez en cuando? Me refiero a que te detengas en la calle a fumar. ¡Joder, amigo!, me estás matando». Entonces del portal asomó una mano abierta en la que había un puñado de colillas. Salió luego un pié, el otro... y el vagabundo se acercó a mí. «Soy el tipo que fuma esas fantásticas colillas que vas tirando. Quería agradecerte que dejes los cigarrillos por más de la mitad. No me tengas miedo; no te haré daño. Eres mi proveedor. Y cuídate, amigo. Porque si te murieses, joder, si por lo que sea palmases, no sé si me llevaría un disgusto pensando en los tuyos, pero por lo de pronto tendría que quitarme de fumar». Le ofrecí un cigarrillo. Lo aceptó, pero le recortó hasta dejarlo del tamaño de las colillas que solía recoger mientras me seguía por las calles de la ciudad. «Perdona que haya roto el pitillo. No estoy acostumbrado a cigarrillos enteros. Lo mío es subsistir. Si alguien me viese encender un cigarrillo recién salido del paquete, tendría que dar explicaciones». Fumamos juntos un buen rato mientras las nubes se cernían sobre la ciudad amordazando las luces, Le dije que, según se decía, la parte del cigarrillo que él fumaba era la peor para la salud. «No importa. Siempre fumo unos metros después de ti. Vivo con un cadáver de retraso. Eso significa que por muy lejos que vayas, tu cadáver me avisará a tiempo de que no pise el mío». Me explicó luego su teoría sobre las falsas apariencias: «En realidad tú y yo somos el mismo hombre, sólo que yo soy la parte que te sobra. No somos lo que parecemos. Vivo con eso desde que mi padre llegó muerto a casa por su propio pie. Mi padre era un tipo muy moreno que se parecía a Henry Fonda. Al hacerle la autopsia le dieron un manguerazo y entonces descubrimos que mi padre era rubio y se parecía a Peggy Lee». Hace mucho de aquello y no volví a saber del vagabundo. Unas cuantas veces me detuve de madrugada delante de aquella funeraria y pensé que vería reflejada a mi espalda en el escaparate la sonrisa de Henry Fonda encallada como un mal sabor de boca en el rostro de Peggy Lee. (A Rocío González).