miércoles, 23 de abril de 2014

Sufrir en parábola - José Luis Alvite

Sufrir en parábola - José Luis Alvite
Comprendo que monseñor José Ignacio Munilla considere mal interpretadas sus palabras sobre la tragedia de Haití, aunque, sinceramente, también comprendería que el señor obispo reconociese haber sido víctima de una declaración personalmente mal formulada. Preguntado al respecto Francisco Marhuenda por Julia Otero en «Onda Cero», el director de LA RAZÓN dijo –aunque no literalmente– que podría tratarse de una vieja dificultad de los pastores de la Iglesia para explicar sus mensajes con la necesaria claridad, evitando las frases largas, las ideas confusas y ese viejo estilo narrativo sobrecargado de abstracciones y parábolas que si consigue su finalidad evangelizadora es gracias a la facilidad con la que los creyentes se sobreponen al cansancio. Nada oscurece tanto una idea como el exceso de palabras con el que se pretende aclararla. De niño fui un creyente devoto, casi abnegado, hasta que descubrí que aquel lenguaje sacerdotal manido, automático y oscuro no me compensaba del dolor en las piernas al arrodillarme. «El verbo se hizo carne» era una frase corta, sin duda lo era, pero a mi mente infantil le resultaba difícil descifrarla. Realmente las homilías de don Jacinto a mí me parecían tan complicadas como la vieja cerradura del portal de casa. A los doce años de edad dejé de ir a misa. Mi cabeza llevaba semanas en otra parte, concretamente en la sala de juegos que funcionaba con gran éxito de público al otro lado de la calle. No recuerdo que entonces hubiese reflexionado mucho sobre mi decisión, pero supongo que si cambié de acera fue porque en la boca del sacerdote la idea de Dios me resultaba más difícil de entender que las reglas del ping pong. No sé qué pensará Paco Marhuenda sobre esto, pero yo creo que monseñor Munilla ha cometido los mismos errores que tantos párrocos y que por el dichoso exceso de palabras ha malogrado un mensaje que para resultar eficaz tendría que ser meridianamente claro. No me cabe duda de las dificultades dialécticas para transmitir la filosofía evangélica, pero es obvio que en los tiempos que corren, y con la prisa que vivimos, entender el mensaje de Dios no puede ser más complicado que comprender las instrucciones de la lavadora. Por lo demás, no me cabe duda de que monseñor Munilla sufre por las víctimas de Haití. Su problema es que sufre en parábola.