jueves, 3 de abril de 2014

Crónica de una venganza social - Fernando Ónega

Crónica de una venganza social - Fernando Ónega
Los informes PISA no sirven para nada, pero entretienen y crean ambiente. Cuando aparece uno, vale para recordar lo mal que se educa en este país, la cantidad de reformas educativas que llevamos, la ausencia de un pacto escolar que nunca hemos visto ni veremos y nos ofrece la oportunidad de desahogarnos contra el sistema, siempre perverso por definición. Es una mortificación colectiva, oscuramente agravada porque a todas las desgracias se añade que casi siempre nos gana Portugal. Y al Gobierno del PP le ofrece una ocasión magnífica para echar la culpa de todos los males a los Gobiernos socialistas. Si se le puede echar directamente a Zapatero, mejor todavía.
El último informe, del que ayer dio cuenta y resumen este diario, es particularmente humillante. Ya no es que nuestros hijos flaqueen en comprensión lectora y matemáticas. Es que no saben desenvolverse con soltura ante problemas de la vida diaria. No saben elegir el camino más corto, son torpes con el aire acondicionado, no se llevan bien con el MP3, se lían al sacar un billete de metro y no sé cuántas carencias más. Un desastre. El mismo desastre que sus padres, que tenemos las mismas torpezas. Si a mí, por ejemplo, me hacen una de esas pruebas, daría un resultado todavía más negativo.
Más allá del aspecto técnico, me fascinó el perfil social. Este último informe PISA es una especie de venganza de clase. Resulta que los chavales más torpes para resolver problemas ordinarios son los hijos de padres con supuesta mejor formación. A la inversa, los que mejor superan el examen son los hijos de inmigrantes. Esto es para hacer un estudio sociológico. ¿Qué puede ocurrir para ese resultado? Algo muy sencillo: que los más pudientes sobreprotegen a sus hijos. Les dan todo hecho, con lo cual el niño no tiene de qué preocuparse. Les ocultan los problemas, porque quieren niños y niñas felices y no toleran que alguien amargue su delicada pubertad. En cambio, los hijos de los inmigrantes se las tienen que apañar, buscar soluciones por su cuenta y salir de las dificultades cada hora de su vida. Por eso las segundas generaciones de los pudientes tienen fama de destrozar el patrimonio heredado y los hijos de los pobres progresan en la escala social aunque no hereden bienes ni vayan a colegios de pago.

Hago este apunte con una intención: decir que no todos los fallos educativos se pueden atribuir al sistema, ni siquiera al de Zapatero, y mucho menos a las escuelas y a los maestros. El mal casi siempre está en casa. Por ejemplo, cuando gastamos fortunas en llevar a los niños a Londres a estudiar inglés y en casa no les enseñamos a poner una bombilla. De pobre y marginado se viaja menos, pero de la vida se sabe mucho más.