miércoles, 26 de enero de 2022

Obsolescencia programada - Roberto Mayado

Obsolescencia programada - Roberto Mayado


Saben ustedes cómo se jerarquizan las manadas de lobos? Protegen a los ejemplares de mayor edad, a los que colocan al frente del grupo para que marquen el ritmo y evitar así que les ataquen si quedan rezagados y desprotegidos. Ese comportamiento innato y natural muta cuando hablamos de los humanos, cada día más deshumanizados. La tendencia a mercantilizar todo comportamiento desvía el foco de los no consumidores, de los que no son rentables, y el sistema les deja aparcados, aislados y sin mucha capacidad de reacción. Obsolescencia programada humanoide.

Ejemplos los encontramos a cientos en el día a día, pero quizá uno de los más ingratos es el de la brecha digital que sufren nuestros mayores con los negocios que se han entregado con pasión, ardor y sin mucho miramiento a las nuevas tecnologías. Los primeros en la lista, los bancos. Se multiplican las APPs de entidades bancarias en las que te controlan hasta el ritmo cardiaco para venderte un seguro de salud, pero hacer un ingreso en la oficina del barrio se convierte en un deambular sin rumbo fijo con la cartilla de ahorro en la mano. Un ejército de mayores incomprendido y traicionado.

A muchos, en los pequeños pueblos, ya no les queda ni la sempiterna oficina de la Caja de Ahorros. Esfumadas en procesos de fusión, absorción o liquidación, ya ni los cajeros automáticos van sobreviviendo en un devastado paisaje rural. Y con tres de cada cuatro mayores de 75 años sin saber manejarse en internet, solo les queda la alternativa de tirar de vecinos, hijos o nietos, que se cobran la ayuda en forma de megas gratis. Hasta la sisa ya no es lo que era.

Ahora, hay un jubilado valenciano de 78 años que ha sumado casi 400.000 firmas para exigir una atención humana en las sucursales bancarias. Mucho me temo que, al margen de la habitual reacción cosmética e ineficaz de los políticos, la petición no vaya a colarse en el orden del día del Consejo de Administración de los grandes bancos, gobernados por algoritmos en los que la rentabilidad es el antónimo de humanidad. Que se lo pregunten también a sus trabajadores, atiborrados a Lexatines a la espera de la prejubilación.

Y la misma historia se repite con aseguradoras, empresas eléctricas y hasta la administración, en lo que ya puede considerarse como el ‘rizo del rizo’ de la perversión burocrática, obligar a la población a realizar trámites telemáticos cuando ni están preparados ni existe cobertura digital plena. La velocidad de transformación de la sociedad actual origina desigualdades más allá de las económicas, y las tecnológicas son el paradigma de ello. Y eso, sin entrar a analizar cómo los departamentos de recursos humanos desechan la experiencia como valor económico. Y así nos encontramos con cerebros perfectamente sanos, en plenitud de sus facultades, descartados por su edad, sin más criterios. Una injusta obsolescencia programada.