miércoles, 26 de enero de 2022

Mayores, no idiotas. Incluso listos - Alberto Estella

Mayores, no idiotas. Incluso listos - Alberto Estella


Desayunaba temprano en el restaurante del Hotel de Huelva, cuando entró el rector de la Universidad de verano de La Rábida – donde asistí a alguna conferencia -, Juan Velarde. Su currículo es el de una figura de las Ciencias Económicas, y actualmente preside la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Aquel sabio se acercó con sus gruesas lentes a la máquina del café, intentando servirse. Observé cómo se agachaba sin pulsar botón alguno. Miraba por todos lados, incapaz de descifrar los letreritos y dibujillos de instrucciones, para conseguir su ansiado primer café. A falta de camareros, acudí en su socorro y me lo agradeció con sus exquisitos modales. Aquel día de los setenta, no pensé que, pasado el tiempo, yo mismo sería víctima de los que Umbral llamaba chismes, de la incapacidad para manejar los aparatos que nos cercan, y de usar los servicios que se nos ofrecen.

El urólogo y cirujano Carlos San Juan, valenciano de casi 80 años, lo ha sufrido en su relación con los bancos. Dice, con razón, que se han olvidado de los mayores, que no somos diestros en internet. Estábamos acostumbrados a tratar tú a tú con seres de carne y hueso, usualmente amables, que han desaparecido de las entidades financieras. Él ha montado una plataforma precisamente digital, para que tengan piedad de nosotros y en un solo mes ha conseguido 350.000 firmas.

Aunque CSJ delata a los bancos, su plataforma puede ampliarse a toda clase de empresas de bienes y servicios, entre cuyos potenciales clientes un tercio sabe leer y escribir - incluso han sido y son figuras en su profesión -, pero son incapaces de averiguar las minúsculas palabras del folleto de instrucciones, y con lupa, ni entienden los dibujos, ni aciertan a descifrar los pasos a seguir, ni comprenden la pésima traducción, ni poseen la elemental herramienta. Los mismos mandos de los televisores, todos diferentes, con pequeños pulsadores de colorines y abreviaturas, situados en lugar distinto del anterior modelo, para jorobar al mayorcito de turno, que acaso fue científico excelente, y a falta de un hijo o un nieto que le ilustre, se convierte en consumidor estupidizado. ¡Ah, los tiempos del dependiente comprensivo, de la cajera encantadora, del teléfono al que respondía siempre una voz humana, no grabada! De pura desesperación, he visto arrojar teléfonos, tras intentar hablar con entidades cuyos “operadores están todos ocupados”; otros que te rebotan a su página web; y te mandan de la Ceca a la Meca, cuando no cuelgan. Las modalidades de la desatención son innumerables y los mayores – que no somos idiotas - incluso hemos sobresalido en alguna compleja tarea -, soportamos esa desolación. Hoy, aprendes a escanear un código QR, o estás jodido.