jueves, 29 de abril de 2021

Héroes marchitos - Gabriel Albiac

 Héroes marchitos -  Gabriel Albiac

No habían entendido nada. Y estaban tan contentos de ignorarlo todo. Decididamente, no es posible trocar en docto un bobo

Era primavera. Hacia 2011, creo. Y yo me jubilaba de mi cátedra de Filosofía en la Complutense. Tuve mi homenaje. El mejor de todos: pocos han tenido uno así. Al llegar al edificio de la vieja Facultad de Letras, que fue mi madriguera de medio siglo, pasé sobre una pintada que no estaba allí dos días antes. Llenaba todo el paso de peatones que lleva a la puerta principal: «Albiac de siiempre fascista». Ignoro si la reduplicación de la ‘i’ era un tropiezo debido a las prisas del autor o un hallazgo enfático. Me pareció encantador como despedida.

 antes; reviví las carreras y el miedo de entonces, también la exaltación que sigue a las grandes descargas de adrenalina cuando uno es muy joven. Sonreí: supe que era un alivio que la edad nos libere de esas sobreabundancias hormonales. Busqué a un amigo que me hiciera una foto posando ante aquella declaración de amor. Es, desde entonces, la pantalla inicial de mi ordenador. Ni en mis más vanidosas fantasías hubiera podido imaginar un homenaje tan desmesurado.

Sabía que era obra de la mano de jóvenes artistas: alumnos de los que fueron mis alumnos cuando los jóvenes eran ellos, ahora trocados en sólo aburridos profesores. Hijos que arengan a nietos para que linchen, en su nombre, al padre del padre: la metáfora freudiana, aun en su exceso, no podía dejar de divertirme. Pensé que los aún no tan viejos profesores titulares que maquinaron la obra plástica habían asistido durante años, con tozuda regularidad, a mis seminarios sobre el ‘Capital’ de Marx y sobre el ‘Más allá del principio de placer’ de Freud. Y me sentí en paz conmigo mismo. No habían entendido nada. Y estaban tan contentos de ignorarlo todo. Decididamente, no es posible trocar en docto un bobo.

A algunos de aquellos mentores pictóricos los he ido viendo luego pasar, como hojarasca de otoño, en los cíclicos vendavales madrileños de la autodestrucción bolivariana: Podemos contra Anticapis, Masmadrides contra moños. Se expulsaban alegremente unos a otros: lo de siempre. Se lanzaban a la cabeza chalés majestuosos o sórdidos arrumacos con los herederos del González sobre cuyo escaño ejerciera el jefe Iglesias su ‘performance’ de la cal viva.

Otros dimos la batalla judicial contra esa cal viva. No fue fácil en los noventa: por aquel entonces, todavía no salía todo gratis. Pero esos ‘aquéllos’ éramos los ‘de siiempre fascistas’ del alucinado presente populista. Los vi mutuamente expulsarse: tratarse unos a otros como no tratarían a una cucaracha. Me apenó. Pero, en fin, lo siento chicos, tenéis ya edad más que de sobra para cargar con vuestros pequeños dramas y vuestras grandes ridiculeces. Como cualquier adulto. Lloriquear por insultos y amenazas no os queda nada bien.