lunes, 22 de marzo de 2021

La pandemia silenciosa - Pablo Montes

 La pandemia silenciosa - Pablo Montes


No ha venido mal que un borrego llamado Carmelo Romero protagonizara la pasada semana uno de los momentos más bochornosos (y ha habido muchos) de la historia del Congreso de los Diputados. Su “vete al médico” a Íñigo Errejón ha obligado a poner en la agenda política uno de los más graves problemas que sufre la sociedad desde antes del coronavirus, pero que se ha agravado de un año a esta parte. Estoy en las antípodas del pensamiento de Errejón, pero hay que agradecerle que llevara al Parlamento la pandemia silenciosa. Por eso resulta más deleznable que un señor diputado estigmatice todavía más a los que la padecen. Al menos, horas después pidió disculpas, pero intuyo que más bien fue por indicaciones del PP que por voluntad propia.

Cada día se suicidan en España diez personas. Estamos hablando de una cifra superior a la de víctimas de accidentes de tráfico. Más muertos que los provocados por el tabaco y la violencia de género. Sin embargo, no verán ni una sola campaña financiada por el Gobierno. Y por supuesto, nadie informa de que se ha producido un suicido. Creo firmemente que los medios de comunicación nos deberíamos replantear el veto que ejercemos a esta realidad. Un veto comprensible hasta la fecha, que tiene el objetivo de proteger a la víctima y a su familia. Pero cubrir con un tupido velo algo que está sucediendo, no hace que desaparezca.

Cuando alguien se quita la vida se ha producido un fallo en el sistema. Esa persona no ha recibido la suficiente atención para evitar el fatal desenlace. No estamos hablando de un proceso rápido que se desencadene en cuestión de una semana. Según la OMS, en el 90 por ciento de las ocasiones la depresión se encuentra detrás de esta decisión tan drástica. En muchos casos, ese paciente ni tan siquiera ha abierto su corazón por miedo al qué dirán. La maldita estigmatización que dejó patente el diputado Carmelo y que habita en gran parte de la sociedad. Las enfermedades que no se ven parece que no existen. “Anímate que eso se pasa pronto”, se suele decir. O, lo que es peor. Se ve como una burda excusa para obtener una baja laboral por la ‘jeta’. Mientras sigamos estancados en este estadio tan primario, no hay nada que hacer.

Una sociedad que no cuida su salud mental es una sociedad destinada al fracaso. Los expertos hablan de casos de trastornos en personas de todas las edades. Desde niños que han visto cómo de la noche a la mañana su vida daba un vuelco de 180 grados hasta adultos y ancianos que han dejado de dar un simple paseo y no han podido despedir a sus seres queridos. Así lo aseguraba hace unos días Teresa Sánchez en LA GACETA. La catedrática de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca insistía en que una muerte no acompañada provoca negación e incredulidad. Asimismo, remarcaba que la salud mental ha sido la hermana pobre de esta pandemia.

En un momento en el que al fin nos hemos concienciado de que no se puede escatimar ni un euro en Sanidad, la atención de la salud mental debería convertirse en un objetivo prioritario. Dotar al sistema de psicólogos y expertos que lancen un mensaje claro: hay un lugar al que acudir. Igual que si nos duele una muela vamos al dentista de inmediato, nadie debería sentirse señalado o apestado por hacer lo mismo con el psicólogo. Ese es el principal hándicap. Si dejamos que una muela nos duela cada día más, probablemente nos la tendrán que extraer o derivará en una infección más complicada. Con una patología mental sucede igual. La depresión se irá agravando sin que nadie lo vea. A partir de ahí llegarán consecuencias. Desde dejar de comer, recurrir a la bebida o al juego y el propio suicidio.

Hay que tener clara una cosa. Nadie está exento de sufrir una enfermedad mental. Incluso el que se crea anímicamente invencible. Toca por lo tanto cambiar el chip y dejar de mirar para otro lado. Ir al médico y demandar ese servicio tan vital como cualquier otro.