sábado, 16 de abril de 2022

Viernes Santo, sin curas ni trenes - César Lumbreras

+Viernes Santo, sin curas ni trenes - César Lumbreras


Mi primera intención era abordar hoy de lo Renfe, sus trenes y el maltrato a Salamanca. Sin embargo, lo he descartado por dos razones principales. La primera, que estoy escribiendo en la tarde del Jueves Santo, jornada en la que la Iglesia Católica celebra el día del Amor Fraterno, y el artículo iba a tener de todo, menos “amor” y “fraterno”; así que no procedía. El segundo de los motivos que me han llevado a desistir de mi intención inicial es que hay muchos viernes al año para realizar la crítica correspondiente por la actitud de la citada empresa y del Ministerio de Transportes, mientras que Viernes Santo solo hay uno. Así que no viene mal realizar un sacrificio en esta jornada, lo mismo que las cofradías que hacen sus estaciones de penitencia, casi, casi, a la misma velocidad que los trenes lentos que unen, es un decir, Salamanca con Madrid por Ávila. Toca hoy un poco de contención y un mucho de ayuno y abstinencia en la crítica, que un día al año no hace daño, y sumirse en los recuerdos de los Viernes Santos de otros tiempos.

He sido, y sigo siéndolo, un amante fiel de todos los productos del marrano “colorao”, desde el chorizo, al salchichón, pasando por el jamón. Pues bien, el Viernes Santo me entraban unas ganas enormes de tomar unos huevos fritos con algún embutido o chacina y, claro, simplemente mencionar ese deseo ya era motivo de escándalo familiar, con respuestas del tipo: “sinvergüenza, hoy, Viernes Santo, ayunan hasta los judíos”. Yo solía responder que eso era lo normal, porque habían matado a Jesucristo, lo que generalmente empeoraba las cosas. El asunto tenía su miga y cierta justificación, porque esto solía suceder a eso de las diez de la mañana, tres horas largas después de que los monaguillos nos hubiésemos levantado para participar en el primer acto religioso del día: el viacrucis. Se realizaba por las calles del pueblo y también casi a la misma velocidad que el ya citado “tren lento”; previamente, habíamos hecho el mismo recorrido a una marcha más rápida, eso sí, convocando a los fieles mediante el sonido de las carracas, ya que no se podían utilizar las campanas. Claro, después del madrugón, de la doble caminata por las calles con sus correspondientes paradas, del frio correspondiente y del sermón con el que finalizaba el Viacrucis, lo que pedía el cuerpo era un buen almuerzo a base de huevos fritos y embutidos, pero no podía ser, porque tocaba ayuno y abstinencia. Hoy son pocos los viacrucis que se ofician a primera hora de la mañana, entre otras razones porque no hay curas suficientes en la mayor parte de los pueblos y, los que todavía resisten, no pueden multiplicarse. Lo de los trenes quizás tenga solución y depende de que haya voluntad política. Lo de los curas y los viacrucis, me temo que no.

P.D: Dedicado al amigo Manolo Muiños, que resiste.