miércoles, 9 de febrero de 2022

Desahucio digital - Ignacio Camacho

 Desahucio digital - Ignacio Camacho


 No son sólo los bancos. La atención al público se está deshumanizando incluso en servicios básicos como el sanitario bancario gracias a las firmas recogidas por un médico valenciano pero el problema va mucho más allá y afecta al trato que los colectivos vulnerables reciben en una sociedad desentendida de los obstáculos que para ellos supone una transición digital ejecutada a ritmo demasiado rápido.

Era obvio que las fusiones financieras y la concentración provocada por la crisis de 2008 iban a provocar una transformación del modelo de negocio. La bajada de tipos fuerza márgenes cada vez más cortos y empuja a las entidades a diversificar sus productos hacia los fondos y otras fórmulas de inversión muy complejas para personas acostumbradas a una gestión rutinaria de sus pequeños ahorros. Se han cerrado multitud de sucursales y las que permanecen abiertas son en la práctica meros puntos de venta donde estorban esos pensionistas que acuden sólo a actualizar sus libretas o a efectuar exiguos reintegros de las cuentas. La política de reducción de personal obliga a restringir los horarios de caja y alejar de las oficinas el mayor número posible de operaciones cotidianas. Y en ese esfuerzo lógico de competitividad, que exige fuertes desembolsos en tecnología aplicada, las personas de más edad se sienten preteridas, desahuciadas, inservibles como trastos arrumbados en el desván de una casa. Incluso socialmente acomplejadas por su escasa habilidad para pagar un recibo en una máquina, hablar con una voz artificial o entendérselas con una pantalla.

No es una cuestión de alfabetización digital, sino de sensibilidad, de inclusividad y de empatía, por decirlo con palabras de moda. De humanismo en la acepción más solidaria y generosa. De evitar la sensación de aislamiento de una generación que ya está bastante sola y que además lleva dos años esquivando la amenaza de una muerte próxima. Como dice el promotor de la campaña, ser viejo no es ser torpe ni inútil ni idiota; significa haber sobrevivido a muchas circunstancias penosas que ni imaginamos los que hemos crecido en la modernidad indolora. Merecen que se les mire y se les trate de otra forma. Al menos, que solucionar un trámite de poca monta no se les vuelva una aventura incómoda.