domingo, 27 de diciembre de 2020

No pueden con este Rey - Julián Ballestero

 No pueden con este Rey - Julián Ballestero


Ladran, luego cabalgamos, ha debido pensar el Rey. La prueba inapelable de lo muy acertado del mensaje de Navidad de Felipe VI ha sido el ataque en tromba de todos los voceros del radicalismo parlamentario, desde los comunistas de Podemos a los golpistas de ERC, pasando por los filoetarras de Bildu y los nacionalistas hipócritas del PNV. Toda la caterva política del peor populismo coincide en censurar su discurso, mientras todo el constitucionalismo le aplaude, con la ominosa excepción del PSOE (si es que se puede encuadrar en el bando constitucional a lo que queda de ese partido) que le ha propinado una de cal y otra de arena.

Imaginemos por un momento que esta caterva de populistas antidemócratas, de bolivarianos y aprovechateguis, hubiera alabado el discurso del Rey. Usted y yo estaríamos ahora mismo temblando. Hubiera sido como para salir corriendo del país.

Por suerte para nosotros, Felipe VI ha vuelto a ganarse el sueldo. Ha demostrado el mismo valor y la misma determinación que exhibió el 3 de octubre de 2018, tras el levantamiento en Cataluña y cuando gobernaba (es un decir) Mariano Rajoy. Ante la desidia del gallego y su equipo de burócratas, el monarca dijo ese lo que la gran mayoría de los españoles pensábamos del golpe de Estado en Cataluña, de Puigdemont, de Junqueras y de sus conmilitones: “Con sus decisiones han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado” y “es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su Estado de Autonomía”. Dos frases necesarias y contundentes para poner a los delincuentes en su sitio.

En esta ocasión no se trataba de salvar a España de la peor amenaza en 36 años, sino de resistir el acoso de los rebeldes liderados por el Marqués de Galapagar, esa banda de socios presupuestarios de Pedro Sánchez, todos ellos empeñados en romper nuestro país. Los mismos que en octubre 2018 estaban en la oposición y ahora se han infiltrado, como las voraces termitas en la madera, en el Gobierno de la nación.

Felipe VI solventó con una larga cambiada el espinoso asunto de la reconvención de su padre. Socialistas y podemitas exigían una condena firme. Los comunistas bolivarianos querían sangre, olían sangre y veían una ocasión pintiparada para avanzar en sus planes de sustituir la monarquía por una república bananera para colocar a los marqueses de Iglesias-Montero en la Zarzuela porque el chalé de Villatinaja se les ha quedado pequeño, con tanto niño...

Y Sánchez, por su parte, no pretende destruir ni construir, le da igual con tal de mantenerse sobre los mullidos colchones monclovitas. El Doctor se conformaba con demostrar que aquí manda él, que para eso es presidente del Gobierno y lo será, si un meteorito gigantesco no lo impide, durante otros tres años.

Por eso su mamporrera Carmen Calvo presionó a la Casa Real para forzar al Rey a decir lo que no quería decir, a atacar a su padre y a defender la necesidad de regular la monarquía con una Ley de la Corona diseñada por el Gobierno.

Pero este Rey es mucho rey y no se ha dejado manejar. Trabajador, honrado, preparado, inteligente, afable, buena gente, buen diplomático y muy firme en sus convicciones democráticas (denle la vuelta a todos estos adjetivos y tendrán una perfecta descripción de Pedro Sánchez), Felipe VI sabe que, ante la innegable crisis de la monarquía, ha de ganarse el puesto demostrando que es útil a los españoles y que todos podemos confiar en él cuando vienen mal dadas. Si para ello hay que resistir en solitario, contra viento y marea, los embates del sanchismo, el comunismo y toda la mala hiel del radicalismo parlamentario, está dispuesto a aguantar.

Lo hizo el jueves en la alocución navideña. Se negó a ‘matar’ al padre al estilo freudiano y se refirió a Don Juan Carlos de manera sucinta, elegante y a la vez suficiente: “Los principios éticos nos obligan a todos sin excepción, por encima incluso de lazos personales o familiares”. No hacía falta más. El Rey se ha desmarcado del emérito enviándolo al exilio y apartándolo de los protocolos relevantes de la Casa Real. Pero sin duda la mejor y más eficaz forma de marcar las diferencias con el reinado brillante en lo público y tan inmoral en lo privado de su padre es mantener un comportamiento intachable y desarrollar una labor útil para los españoles, como está haciendo Felipe VI.

Al sanchismo el discurso le supo poco y enseguida salieron sus portavoces a pedir más, a exigir más pasos hacia la renovación de la Casa Real.

Y es cierto que, a la vista del impresentable comportamiento moral y fiscal del Rey emérito, resulta obvio que la monarquía española necesita renovación. El problema es quién promueve esa renovación y en qué sentido. Si la corte sanchista donde anidan los antimonárquicos comandados por el Coletas es la encargada de promover esos cambios, lo más probable es que no se encaminen a mejorar sino a destruir la Corona. No pueden afinar el funcionamiento de la monarquía quienes conspiran día tras día para destruirla.

Así que habrá que acometer cualquier cambio legal con calma y mesura. Desde luego, mientras Felipe VI siga en Zarzuela, no hay prisa.