lunes, 2 de agosto de 2021

Éxito - Rosalía Sánchez

 Éxito - Rosalía Sánchez


Nadie es profeta en su tierra. Esta máxima constituye una verdad bíblica revestida de dogma evangélico (Lc, 4,24) a la que, sin embargo, encuentro de vez en cuando irreverentes excepciones. Una de ellas la tuve ante mis ojos la noche del viernes pasado, en la Plaza Mayor. En estos tiempos de descrédito de los políticos, abierto y generalizado desprecio por los lodazales en los que se arrastra la representación pública; en estos tiempos de abucheos y escraches; en esta era de trols y haters, amén de todo tipo de inconscientes desparrames redesocialescos, ahí estaba el presidente de Castilla y León, sentado en una terraza, tranquilamente, sin guardaespaldas que amparasen sus flancos y rodeado de muchos conciudadanos que disfrutaban, como él, de una fresca y satisfactoria velada salmantina. A su alrededor, familias cenando, turistas abrigados y salmantinos que cruzaban en dirección a la Plaza del Corrillo y que, a pesar de la mascarilla que no llegó a quitarse, reconocían las facciones de Alfonso Fernández Mañueco y se acercaban a saludar, incluso con selfie de por medio. Los camareros de la Plaza Mayor, con un nivel de profesionalidad y eficiencia que yo no he visto en ninguno de los continentes por los que ha ido discurriendo mi peripecia vital, hacían volar bandejas de ibéricos, humeantes parrilladas y calamares a la romana que desprendían un aroma rastreable hasta las mismísimas puertas del infierno. Los muros y arcos churriguerescos, iluminados con gusto y proporción, elevaban a la enésima potencia el placer de los sentidos y redondeaban una sensación de placidez rara vez circunscrita a esta vida terrenal, de la que me despertaba cualquier propio que, al pasar, identificaba al presidente. “¡Coño!, ¿no es ese Mañueco?”. Y vuelta al saludo y al apretón de manos, porque Mañueco, deferente, no dudaba en levantarse para responder a los espontáneos.

En el ejercicio de la política se ganan más enemigos que amigos. Configura, de hecho, un ecosistema en el que prolifera la fascinante especie del amigo-enemigo, seguramente el depredador más feroz y temible de la naturaleza. Pero esa noche, para Mañueco, todo eran amigos. Era su Plaza y era su noche. Y no es para menos. Su acierto de ofrecer Salamanca como sede de la conferencia de presidentes resultó todo un éxito. Un éxito de organización, de seguridad y de protocolo. Un éxito de imagen para la ciudad e incluso un éxito político. Salamanca, que es una señora ciudad, sabe estar y sabe recibir. Pedro Sánchez venía a hacerse la foto. Pues muy bien, que venga muchas veces. Todas las que quiera. Andamos sobrados de marcos incomparables. Y donde otros quedaron como lo que son, egocéntricos interesados, soberbios que se creen por encima del resto, tan por encima como para no avenirse a hablar con los demás, Salamanca y Castilla y León se retrataron como sede de acogida y diálogo. Se empieza compartiendo mantel y termina la gente entendiéndose. Los presidentes, aunque a modo de telegrama, pudieron decirle a la cara un par de cosas al inquilino de la Moncloa. Que no se haya logrado el máximo y justo objetivo de que todas las Comunidades reciban un trato igualitario no significa que la conferencia no haya servido para nada. Ojalá hubiera una de estas conferencias todos los meses y ojalá se celebrasen todas en Salamanca, aunque su sitio está en el Senado. Redundaría en bien de todos. “Parecía que todos eran del mismo partido”, pataleaba después Revilla, que en cuanto sale de su reducto se ve fuera de lugar y fuera de juego. Bendito el día en que todos los presidentes autonómicos, al menos por unas horas, remasen e la misma dirección, como si navegásemos todos en el mismo barco, que es lo que hacemos. Volveríamos a ser imparables. Es camino largo, como bien saben en San Esteban, pero cualquier paso en esa línea ha de ser bienvenido. Chapó por la conferencia y por una foto que Mañueco puede anotarse en su álbum.