lunes, 5 de octubre de 2020

Lo dijo Quevedo, punto redondo - Juan Antonio García Iglesias

 Lo dijo Quevedo, punto redondo - Juan Antonio García Iglesias


Nada nuevo acontece bajo el sol de España, por lo que nadie intente descubrir lo que seguramente ya llevará tiempo, siglos incluso, descubierto. De ahí que tan popular sea la expresión que lo avala cuando alguien da como novedoso y por hecho incuestionable aquello que está o debería estar en conocimiento de todos señalándole como el sabueso que acaba de descubrir América. Sabuesos no faltan, ni razones para que los haya en esta España nuestra que no acaba de descubrirse, país en el que nunca pasa nada sin que haya un solo día en el que no pase algo. ¿En qué otro lugar del mundo se pueden permitir este lujo, que sin ser asiático no deja por ello de estar fuera del alcance de cualquiera?

Don Francisco de Quevedo, que si algo tenía (poco abundante entre los españoles de su época y de la nuestra) era que golpe que sacudía acertaba de lleno, todo lo más se pasaba, dijo que “todos los que parecen estúpidos lo son y, además también lo son la mitad de los que lo parecen”, con lo que llamaba estúpido a todo bicho viviente que pasaba por delante de sus narices y se quedaba tan orondo. Si es cierto que lo dijo de otros es prueba de que no se había visto a sí mismo y probablemente nunca se vio salvo en espejos de malísima calidad en los que todo y todos aparecían deformes, sin que el señor Quevedo fuera una excepción a esa regla casi general por la que se dejaba guiar en sus no pocas (a veces pueriles, sin dejar por ello de ser a su manera certeras), apreciaciones, porque, aunque sea un poquito, de la condición de estúpido nadie se libra por ser parte inherente a la naturaleza humana.

Porque ya me dirán qué es el solo hecho de pensar que si mala fue la dictadura sus consecuencias también lo son, que la solución está en acabar con todas ellas y cuanto antes mejor. Pues esto es lo que se debate hoy en los foros políticos más avanzados (progresistas se autocalifican) por quienes se permiten la libertad de exigirles a los demás lo que no se exigen a ellos mismos, que no son un efecto secundario, o sea, una víctima, que por tal cosa se tienen, sino una consecuencia de la dictadura, secuela por la que no cabe discusión posible.

El tiempo pasa y sin embargo nadie parece inmutarse, como si nada ocurriese en torno a todo y a nadie. Lo pasado atrás quedó, como el agua que ya no mueve molino, y si solo por esta razón no debería por qué preocupar, preocupa, además, tanto que tratan de que no se les vaya de las manos porque en ello está su futuro y les va la razón de su existencia, algo que creyeron tener fácil, pero ya no tanto como entonces, cuando todo les rodaba mejor que ahora y -traicionados por sus ambiciones, rivalidades, traiciones, vilezas...- no supieron aprovechar, enzarzándose en una guerra sucia que a ver quién los saca de ella, lo cual no deja de ser una contradicción a esa preocupación por su futuro que los trae de cabeza, porque si el pasado ya no debería importar ¿por qué tanto empeño en recuperarlo?

Ya no están las cosas para exigir, extorsionar, chantajear a nadie para sacarle un compromiso o conseguir un voto de investidura o favorable a los PGE, ni alcanzar una alianza de gobierno a cambio de más exigencia -pero por la otra parte-, más extorsión y más chantaje. ¡Qué tiempos aquellos, aún recientes! Pasaron (o a punto están de que pasen) para dar cabida a los de la desconfianza extrema en todo y en todos. Hoy no basta con ofrecer como remedio para salvar lo suyo, que ahora es mucho más que antes (antes lo tenían aparentemente todo casi ganado, ahora lo tienen todo también aparentemente casi perdido), por lo que la desconfianza es mayor entre las partes implicadas. Y si empecé con Quevedo, a él vuelvo con otra de sus citas, esta que dice: “Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”. Visto lo que hemos visto ¿hay todavía alguien que lo dude?